“Engarzado en la noche el lago de tu alma,

diríase una tela de cristal y de calma tramada por las grandes arañas del desvelo.

Nata de agua lustral en vaso de alabastros;

espejo de pureza que abrillantas los astros

y reflejas la cima de la vida en un cielo...

Yo soy el cisne errante de los sangrientos rastros,

voy manchando los lagos y remontando el vuelo.”

DELMIRA AGUSTINI

“¡Oh, que hubiera una cosa

rosa, diamante o luna!

¡Oh que hubiera una cosa

digna de que en el mundo

viviera esta alma pura!”

JAIME TORRES BODET

En la discusión de la militarización se olvida contemplar la porosidad del Ejército al crimen y al narco. Se discute mucho si las Fuerzas Armadas deben tener facultades sobre funciones civiles (lo que era de esperarse), pero se deja de lado considerar el que estas son susceptibles a ser infiltradas y penetradas por lo más contaminante. Tanto en nuestro país como en el resto del orbe, en algún momento la rama militar ha sido cooptada por el crimen, llámese este último organizado o del fuero común.

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Cultura Cívica (INEGI, 2020), las Fuerzas Armadas gozan de la mayor confianza por parte de la población mexicana, seguidas de la Guardia Nacional y del INE. Y es en razón a que se les tiene bien valorados, que en automático se les cree inmaculadas.

No nos confundamos: si la argumentación parte de que estas instituciones son confiables/populares, se cae en un error de fondo. López Obrador, por ejemplo, es popular (como él mismo le espetó ayer al periodista Jorge Ramos en la mañanera), pero eso no lo hace en automático ni eficaz ni apto ni probo. De hecho, entre más popular, más margen también para ser un inepto o un criminal y no sufrir del oprobio o de la reprobación social.

Vuelvo al ejército. Cargamos con un error de percepción por diversas razones. Tal vez queremos creer que existe un ente institucional gubernamental en el cual podemos confiar ciegamente; al Ejército Mexicano se le considera siempre correcto y subordinado a la voluntad (y al bien) de la población.

Han sido décadas de promocionar a las Fuerzas Armadas de México como una estructura gubernamental —quizá la única— limpia e incorruptible (ciertamente luego de 1968). Nos hemos ido haciendo a la idea de que se puede confiar en los militares; no se trata de una campaña de acreditación solo de este sexenio, pero sí fortalecida en los recientes años.

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Sin embargo, esta imagen carece del basamento fundamental de cualquier institución pública gubernamental sostenida gracias a los impuestos de la población: no han sido evaluados y tampoco auditados externamente. No hay transparencia ni rendición de cuentas. Lo que es más, las instituciones que conforman a ls Fuerzas Armadas son estructuras bastante opacas por naturaleza. Obedecen a una normatividad que no aplica para el resto de los mexicanos. Sus actividades no son evaluadas ni se transparentan los presupuestos por ellas recibidos.

A modo de ilustración, las Fuerzas Armadas guardan tal confianza entre la población que aun cuando el Senado es quien tiene la potestad constitucional de aprobar o rechazar los ascensos a los grados de coronel, capitán de navío, generales y almirantes, en ningún caso, en todos los años de su existencia, en la cámara alta se ha rechazado o cuestionado la promoción de algún oficial. Se puede argüir que se trata en todo momento de perfiles idóneos; que los senadores no conocen de milicia, pero es una muestra —de tantas— de que no se cuestiona nada de lo que pasa al interior del ámbito castrense; uno conformado por humanos y, por lo mismo, por individuos imperfectos.

Teniendo esto en mente, ¿podemos asegurar que no están permeados, comprometidos, corrompidos, coludidos y contaminados ya? Imposible hacerlo. Máxime cuando, como lo señalé anteriormente, tienen una legislación específica, una disciplina interna, una operación propia. Y se entiende que debe ser así por las propias características de las Fuerzas Armadas, pero al ir absorbiendo cada día más y mayores funciones (control de aduanas y puertos, entre otras) lo convierte en un riesgo colosal para el país.

Ante la realidad que existe de opacidad al interior del Ejército, se debe considerar la posibilidad de que los militares estén comprometidos. Sin duda se convierte en uno de los cuerpos de élite a manejar a su antojo por parte del CO y el narcotráfico.

No se olvide, hay cuerpos del crimen organizado que nacieron de las mismas filas del Ejército como fueron los Zetas. No queremos dimensionarlo, menos aún enfrentarlo, porque en ello también tendríamos que plantarle cara al crimen dentro de la estructura militar.

Por ende, la ecuación podría ser esta, una tenebrosamente sencilla: si los militares están comprometidos, si el Ejército está infiltrado por el narco y el crimen organizado, entonces la peor apuesta que se puede hacer es continuar empoderándolos.

En ese sentido, la militarización no debe prosperar no únicamente porque desvirtúan la esfera de lo que debería ser netamente civil, sino porque estaríamos de hecho empoderando al narco y al crimen organizado. Menuda ironía.

Habrá quien diga: si los militares están comprometidos, en mayor medida lo están las policías estatales o municipales. Mas el riesgo no es equiparable, comenzando porque los policías NO tienen la fuerza letal, ni la disciplina castrense de los militares. Y en ese sentido resulta más lucrativo infiltrar al Ejército que las fuerzas de seguridad pública civiles, así como más mortífero y peligroso para los mexicanos.

Nada, absolutamente nada garantiza el blindaje del Ejército. De hecho suelen ser estructuras mucho más porosas de lo que comúnmente se cree.

En este sentido, la detención del general Salvador Cienfuegos en Estados Unidos (octubre de 2020) constituía una bomba de potencia nuclear debido a sus presuntos nexos con el narcotráfico. La acusación fue contra el secretario de la Defensa de tiempos de Enrique Peña Nieto. No era cualquier acusación. México negoció su extradición y fue de inmediato blindado por las Fuerzas Armadas.

A lo anterior se debe apuntar las declaraciones ahora del gobernador de Texas, Greg Abbott: “debe considerarse a los cárteles mexicanos de la droga como organizaciones terroristas extranjeras”; el primer paso para que Estados Unidos ligue el terrorismo al narco mexicano (asociar al narco a nuestro ejército ya lo hizo antes como mencioné), lo cual implícitamente para nuestros vecinos deriva en que en México existe un narco ejército y un narco Estado...

Es momento fundamental para que los senadores se pregunten si en verdad las Fuerzas Armadas de México son inmunes a la corrupción y al crimen. Si meterían las manos al fuego por esas estructuras y por sus integrantes.

Creo que, más allá del micrófono y las filias y fobias partidistas, la respuesta en la soledad de la reflexión es NO.

Si se quiere continuar extendiendo un cheque en blanco al Ejército, al menos debiéramos meditar en lo siguiente:

  • No se puede dar por sentado que contamos con instituciones blindadas contra el crimen, el narcotráfico, la corrupción y las ansias de poder.
  • Al igual que el resto de las instituciones gubernamentales, el ejército debería ser, cuestionado, evaluado, validado, apoyado y sancionado por diversos actores civiles.
  • El régimen de excepcionalidad es eso; no supone continuidad ni permanencia.
  • Ninguna institución en ningún lugar del mundo es ideal ni para todo tipo de actividades ni todo el tiempo.
  • Hemos endiosado a las Fuerzas Armadas, no la queremos ver de carne y hueso.

Toda institución pública requiere de evaluaciones autónomas, independientes, objetivas e imparciales con regularidad. Vamos cuatro años tarde, a los militares ya se les debería haber evaluado.

La pregunta que nadie quiere hacerse es: ¿qué sucede si las Fuerzas Armadas no son tan puras como creemos?

Nos resistimos a ver lo obvio, el Ejército es poroso al crimen y al narco. Es momento de aceptar sus virtudes y limitaciones y actuar en consecuencia. Luego será demasiado tarde.