Como es bien sabido, el polémico diputado del PT Gerardo Fernández Noroña quiere ser presidente de México, y así suceder al “compañero presidente”, con ese rancio apelativo de la pseudo izquierda latinoamericana. Para desagrado de algunos, y terror de muchos, el legislador no anda por rumbos perdidos. De acuerdo a los sondeos realizados por MetricsMX, el petista se ubica ligeramente por encima del 20% de la intención de voto, lo que le coloca como el candidato mejor posicionado dentro de los partidos políticos aliados de Morena.
Con sus polémicas declaraciones, sus querellas en los recintos legislativos, sus peleas callejeras y sus encontronazos con Lilly Téllez, Noroña se ha ganado la admiración de muchos por su “valentía” (lo que yo llamaría mejor bravuconadas, con esa connotación negativa y pendenciera del término) y el desprecio de muchos más. Para un gran número de mexicanos, Noroña representa lo peor de la clase política mexicana: un político que polariza, que miente y manipula.
Noroña se hace llamar “hijo del pueblo”. Apenas el pasado miércoles, el legislador publicó en su cuenta de twitter que “es increíble el racismo y clasismo de algunos compañeros de viaje que les parece inconcebible que un hijo del pueblo aspire a la presidencia…” ¿Un hijo del pueblo? ¡Qué va!
Quizá Noroña fue un hijo del pueblo en sus orígenes, previo, probablemente, a conocer lo mejor que la economía de mercado y el neoliberalismo puede ofrecer a los que reciben salarios competitivos.
No hace mucho el diputado Noroña compartió fotografías de su lujosa camioneta y no escatima en mostrar su gusto como un “bon vivant” paseando por las salas VIP de los aeropuertos. El petista bien podría responder argumentando que el acceso a estos espacios es gratuito porque son beneficios adicionales otorgados a los tarjetahabientes. Quizá. Sin embargo, el hecho es uno: Noroña disfruta, al igual que todos, de los placeres que el neoliberalismo ofrece.
El caso de Noroña es sintomático. Si se tratase exclusivamente de un legislador federal, la historia sería anecdótica. Sin embargo, refleja lo que ocurre en el seno de la fanática 4T. Mientras aseguran públicamente pertenecer al pueblo (en el sentido polarizador de la palabra, tal y como es mañosamente utilizado por la propia 4T) compartir sus carencias y sentir en carne propia las maldiciones del modelo económico impuesto por los neoliberales, a los simpatizantes de la psuedo izquierda parece no desagradar la vida propia de las clases privilegiadas.
Cenan en restaurantes de lujo, viajan en camionetas de mas de 1 millón de pesos y disfrutan de exclusivos platillos de la exquisita cocina francesa. Nada de mala en ello, aparentemente. Pero, a la vez, pregonan a diestra y siniestra su “pertenencia al pueblo” y cómo comparten con los más desfavorecidos las consecuencias de la desigualdad provocada por los gobiernos neoliberales. ¡Y ganan votos con sus mentiras!
Noroña, al igual que tantos otros, encarna el espíritu de la 4T: el gozo de una vida llena de lujos revestida de una supuesta pobreza que no comparten, y que además, rechazan. No queda más que esperar que la cordura y la sensibilidad política de la mayoría de los mexicanos le mantengan bien lejos de Palacio Nacional.