Aunque el concepto de patria tiene un origen republicano, otras orientaciones políticas han hecho uso de él, lo que sin duda obedece a la fuerza, legitimidad y convocatoria que este concita.
Entre otros Tito Livio y Cicerón refieren la idea de patria y la relacionan con el amor por la República y hacia los ciudadanos; por su parte Maquiavelo -no en el Príncipe, sino en su obra respecto de los “Discursos sobre la primera década de Tito Livio”- refiere el amor a la patria como la manera libre de vivir en una República. A su vez Montesquieu en el “Espíritu de las Leyes” explica que la virtud política no es una alusión a una cualidad moral, sino al amor a la patria, a la igualdad en una república libre que proclama la igualdad de los ciudadanos ante la ley, de ahí que establece la circunstancia que bajo el despotismo oriental no hay, no puede existir una patria.
Rousseau sentenció (Economie Politique) que la patria no puede existir sin libertad; la libertad no puede existir sin virtud; en esa línea lógica plantea un virtuosismo político en el sentido de la posesión de derechos civiles; el vínculo que se forma entre la patria y el amor a ella da cuenta que se trata de una pulsión, más bien de una pasión que va más allá de lo estrictamente racional y que se funda en la historia y en la cultura, que habla de luchas escenificadas por héroes y se manifiesta en instituciones cuya forja fue generadora de convicciones.
Con base en ello, la Patria no vive en la tierra sino en la Constitución y en las instituciones; lo que está en la tierra es la Nación, pues concita una unidad cultural, en el idioma, la literatura, el arte en la identidad de un lugar de nacimiento; mientras la patria se realiza en la política, en la República, en la predominancia de lo público sobre lo privado y en la convicción de que sea así por parte de la vida cívica.
La idea de Patria en el sentido republicano se vio trastocado con el fascismo, que lejos de asumir el imperativo libertario que él impone, lo asoció a la idea de poder y de fuerza, así como al nacionalismo excluyente, invasor, de la pureza de raza. Entonces el patriotismo devino, para la retórica fascista, en fundamento ideológico para instaurar una unidad, una unicidad desde el poder.
En México la idea republicana se expandió por la vertiente noble de los liberales de la revolución de Ayutla y de la Constitución de 1857, con la generación de Juárez, Melchor Ocampo, Sebastián Lerdo de Tejada, Miguel Lerdo de Tejada, Ponciano Arriaga, entre otros; pero ocurrió otro afluente, no siempre bien entendido, y que se mezcló con la tendencia estatista y su confusión con el nacionalismo, y no necesariamente con el nacionalismo cívico; con el olvido de que el impulso revolucionario estuvo acompañado del reclamo democrático; con la idea de brindar continuidad a las decisiones de excepción y de convertirlas en programa permanente, al margen de las circunstancias históricas que las acompañaron en su momento.
Esa última idea patriótica se despojó de su origen republicano y mostró un viraje más próximo al fascismo con su imbricación con el poder, la fuerza, la pretensión de una retórica estatista en su relación con el nacionalismo exacerbado y el relegamiento de la Constitución, las instituciones y las libertades.
¿De qué patriotismo se habla cuando se refiere denunciar por traición a la patria a aquellos legisladores que no votaron a favor de la reforma a la Constitución en materia energética? Evidentemente detrás de esa denuncia se encuentra una idea inflexible y disciplinaria del poder, muy próxima al uso que le diera el régimen fascista a la idea de patriotismo, y lejano a lo que ha sido su cimiente republicana que habla de libertades y en ello la posibilidad de disentir, deliberar y marcar diferencias.
El autoritarismo unificador del fascismo se cuela en el umbral, en el resquicio de una puerta que conduce a la inhibición de las libertades y a la imposición de una ideología totalitaria; se recurre a la amenaza propia de quien no tolera diferencias y, en el colmo, considera a quienes las profieren como apátridas. En esta perspectiva la patria tiene dueño y se posesiona desde el uso y concentración del poder.