I. Las pasiones de Puccini en Turandot
Giacomo Puccini (1858-1924), el último gran compositor italiano de ópera, desarrolló en su vida algunas pasiones que se sintetizan de alguna manera en su obra póstuma, Turandot (Renato Simoni y Giuseppe Adami libretistas, a partir de la fábula teatral de Carlo Gozzi), que, de acuerdo a la perspectivas de especialistas en el análisis de la ópera, es asimismo la última gran ópera italiana en la línea progresiva que viene desde el renacimiento tardío y que culmina con Rossini, Bellini, Donizetti y Verdi, y termina con Puccini ya en el siglo XX.
Naturalmente, su primera pasión llegó a ser la creación de óperas –fue un hombre esencialmente teatral-, 12 en total. El humo, el cigarro, otra pasión; los autos que comenzaban a ser sensación al inicio del siglo XX; las mujeres; y los patos, es decir, la carne de esta ave. Quise titular esta colaboración haciendo referencia a un hueso de ganso, que suena más poético, mas en realidad a Giacomo le encantaba el pato y un hueso de este animal se le atravesó en la garganta durante una cena, un agosto de 1922, mientras realizaba una gira de placer en sus autos por Europa. Se le extrajo por medio de una cirugía, pero ya nunca se recuperaría del daño agravado por el consumo crónico del tabaco.
Dos años tres meses después de ese trauma, un noviembre de 1924, moriría Puccini dejando inconclusa Turandot. Una fantasía que representa la pasión de un hombre (Calaf) despertada por una princesa virgen y fría (Turandot), y el amor puro y virginal también de una esclava (Liú) que se sacrifica por amor al príncipe esperando conmover a la princesa. La pareja tal vez podrá realizarse en el amor para terminar así con el horror impuesto por la princesa de hielo que había costado ya demasiadas cabezas de pretendientes llevados al cadalso, incapaces de resolver enigmas. Algunos han visto en ese enfrentamiento entre frialdad y amor (Turandot vs Liú) el siguiente rasgo grave en la biografía del compositor italiano nacido en Lucca: El suicidio de su joven empleada doméstica denunciada por la esposa de Puccini –un ser tóxico al parecer–, de ser amante de su esposo. Los italianos tuvieron la suficiente frialdad para verificar en la autopsia que la joven había muerto en estado virginal. Tenemos entonces como personajes a Turandot/Mujer de Puccini; Liú/La chica del servicio; y al príncipe Calaf: ¿Puccini? ¿Se vio a sí mismo en esa fantasía pekinesa de Gozzi? Eso es lo que se ha especulado.
Si bien ya avanzado el siglo XX se habían agotado las posibilidades de la ópera decimonónica y nuevas expresiones composicionales, orquestales, armónicas y escénicas anidaban en la ópera, la muerte de Puccini precipitó su fin. De no ser por ese malhadado término, la transición habría sido quizá de otra manera, pues Puccini contaba apenas con 65 años. Pero sin duda, las pasiones del artista están representadas en el fin de la gran ópera italiana: En su propia ópera truncada por la muerte a causa de su pasión por el tabaco y los patos (consumida el ave mortal durante una travesía europea a bordo de sus autos; en 1904, por cierto, había tenido un accidente en uno de ellos), y también en sus propios personajes que subsumen a su mujer y a su posible amante, la bella, pura e inocente autosacrificada.
II. Las versiones de Turandot
Últimamente me sorprendí al ver que en las redes sociales personas varias y páginas musicales compartían versiones de la ópera Turandot; sus fragmentos, versiones e intérpretes favoritos. Caí en la cuenta de que este 2024 se cumplen los 100 años del fallecimiento de Giacomo Puccini y que, junto con su muerte, el evento más traumático fue no haber terminado de componer Turandot, pues aunque dejó el libreto avanzado y bosquejos musicales, no concluyó el tercer acto. Y la razón no fue solamente su delicado estado de salud tras el accidente gastronómico, también al parecer se trató de una cuestión del orden psíquico: ¿cómo conciliar a una mujer fría, cruel con el amor después del suicidio de una inocente? El tercer acto lo terminó el compositor Franco Alfano y la ópera se estrenó en 1926 en dos versiones: la primera, dirigida por Arturo Toscanini, que detuvo la batuta para que bajara el telón justo donde el compositor terminó su trabajo, con el suicidio de Liú, la esclava; la segunda: la dirigió Alfano ya con el tercer acto completado por él. En 2001, el compositor Luciano Berio compuso una nueva versión del tercer acto: ¿cuál gusta más, cuál es más apropiado?, es una cuestión subjetiva, personal.
Los recuerdos de Puccini, Turandot y el análisis de sus 12 óperas me vinieron de una vieja y exhaustiva lectura, Puccini: Una biografía crítica, del autor austriaco Mosco Carner, cuya versión al español, de Vergara Editores, ya no conservo más, pero he encontrado una en inglés para refrescar la memoria y precisar algunos puntos. A propósito de la nueva orquestación del tercer acto, la editorial mexicana, Welt Music, de la que ya hemos hablado en este espacio, publicará pronto el libreto de Turandot en la versión de Berio en su tercer acto. Y en otra nota mexicana, Ópera de Bellas Artes también presentó recientemente la obra póstuma de Puccini queriendo emular la versión de Toscanini en 1926, una versión trunca que, de acuerdo a las notas, crónicas y reseñas, no fue lo exitosa que se deseaba.
Y en cuanto a las versiones, la mayoría de los que gustan de la ópera italiana prefieren voces dramáticas para los personajes de Turandot, Calaf y el padre de este, y una voz lírica para Liú; en esa medida buscan sus favoritas. En general concuerdo excepto en el caso de Calaf en que, dada la poética del personaje enamorado, prefiero el lirismo que sabe expresar palabras y no el volcán que vomita volumen de voz. Se prefiere usualmente a un tenor dramático, “macho”, como Franco Corelli, Mario del Mónaco o Giuseppe Giacomini y tantos otros. Contraviniendo esta tendencia, prefiero al mejor Calaf en la estética y la poesía vocal, la vulnerabilidad de Giuseppe di Stefano, en particular la versión de 1961 con la soprano sueca Birgit Nilsson y la estadounidense Leontyce Price; la escena de los enigmas del segundo acto resulta insuperable. Y desde esta perspectiva comparto, en esta celebración centenaria, algunos fragmentos de Turandot.
1. Giuseppe di Stefano canta, “Non piangere Liú”; Roma, 1954:
2. Birgit Nilsson hace su fría e impactante entrada, “In questa reggia”; Viena, 1961:
3. Un fragmento en TV con Nilsson, una óptima Turandot: “In questa reggia”; 1962:
4. Y aquí va la escena final compuesta por Giacomo Puccini, una versión de la Metropolitan Opera House, con Leona Mitchell en el papel de Liú. No es que sea mi favorita, pero este ejemplo videograbado sirve bien para ver la escena última que señala la muerte de la gran ópera italiana:
5. Para terminar, la celebérrima aria “Nessun dorma” en el bello lirismo de Di Stefano (sugiero escuchar la extremada belleza de su fraseo en el primer acto de su versión de 1961); Turín, 1952:
Héctor Palacio en X: @NietzscheAristo