Según una de las máximas de la demagogia, basta con repetir una mentira reiteradamente para creer que es verdad. Algo así ha ocurrido con Ricardo Anaya. El panista ha sido víctima de un supuesto involucramiento en el caso de Emilio Lozoya, lo que le ha obligado a exiliarse en Estados Unidos y a “planear” desde allá su regreso a la política en 2024.

Anaya quiere ser presidente. Para ello deberá buscar por todos los medios sacudirse las sospechas corrupción por el caso Odebrecht, y sobre todo, ser capaz de abrirse espacios en el partido político que se sintió traicionado por él tras la escisión sufrida en 2018 con su pugna interna contra Margarita Zavala.

Como acostumbra hacerlo cada semana, el pasado lunes Anaya colgó un vídeo en sus redes sociales en los cuales hace un breve recuento de los fracasos de AMLO, y pone el acento en los fracasos del gobierno en materia de inseguridad y en la persecución que ha hecho el presidente contra el periodista Carlos Loret de Mola.

Anaya, como es habitual, se muestra articulado, con la evidencia en la mano, y propone soluciones que se apegan cabalmente al sentido común y a la evidencia empírica. Yo no dudo, en este contexto, que Anaya, una vez sentado en la silla presidencial, y poniendo en práctica las propuestas que presenta, pudiese convertirse en un buen presidente de la República; insisto, si fuese, a la postre, capaz de implementar las soluciones que menciona.

Desafortunadamente para Anaya, su voz ha quedado perdida en el olvido. Antes que él como candidato de la oposición, suenan nombres como Luis Donaldo Colosio, y mismo, ahora, Lilly Téllez. Quizá derivado de ese tono aleccionador que poco encaja con la mayoría de los mexicanos, y también por estar salpicado del escándalo Lozoya, el panista ha quedado condenado a ser un político que cada lunes cuelga vídeos. Es todo.

Las columnas más leídas de hoy

Como he señalado, los diagnósticos realizados por Anaya son correctos, y sus soluciones, oportunas. Sin embargo, para ser presidente de México se requiere mucho más que conocimientos, que dominar lenguas extranjeras y que reflejar frescura. Se necesita un genio político que embruje a los electores, que les haga sentir representados en el candidato, y, en suma, que les incite a salir a votar por él.

En esta última materia AMLO se ha comprobado como un genio comunicativo. Su alucinante victoria en 2018 y la conservación de sus altos índices de popularidad le confirman como un maestro de la narrativa política. Ha sorteado obstáculos, resistido fracasos y superado pifias. Anaya, por su parte, se queda aún corto. En consecuencia, difícilmente se convertirá en presidente en 2024.

José Miguel Calderón en Twitter: @JosMiguelCalde4