Muchísimas profesiones y oficios, basan sus ganancias en la incomprensión del lenguaje que manejan, desde el contador que te enreda con “el valor de la renta líquida gravable, de la cédula general”, hasta el maestro mecánico que te explica que “la pichancha se atascó con el distribuidor, embragando la transmisión sónica”.

Pero sobre esto, ninguna área es más ruin que la jurídica, donde la Constitución, los códigos y reglamentos tienen una redacción más enredada que el Zohar, cuyas interpretaciones malintencionadas solo buscan la manera de “entambar” al inocente y dejar libre al delincuente (siempre y cuando se “moche” generosamente con el juez). Entender la palabra hablada de un juez, un fiscal, un abogado, es como entender la palabra escrita de un médico.

Un ricachón puede cortarle la cabeza a cualquiera, pero en la acusación, las comparecencias, los juicios, nadie dirá que le cortó la cabeza, los abogados se enfrascarán en discusiones bizantinas donde se mentarán artículos, fracciones, incisos, pero nunca se hablará de la cabeza sangrante. Y si los familiares del decapitado no entienden la jerga jurídica, la culpa es de ellos, por pendejos.

En realidad, todos los caminos jurídicos llevan a la injusticia, maquillada de civilizado litigio, pues en sus documentos está escrita (con palabras más impenetrables que el vocabulario de un intelectual orgánico), la condena del más pobre.

Es de muy mal gusto darle un amparo al corrupto, pero para disimular, se justifica con el estricto apego a la legalidad del lenguaje jurídico. Es como si a alguien, en vez de decirte que te va a chingar, te dijera: “¡ich werde dich verarschen!”.

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El consejero electoral, Ciro Murayama, en cambio, podrá ser todo lo anti 4T que quieran, pero al menos es claro, al asegurar: “Las tarjetas bancarias sin fondos que prometió el candidato del PRI, Adrián de la Garza, a cambio del voto, no son más que cartones, propaganda” (me recordó mucho a Fernández de Cevallos, cuando mandó a quemar las boletas electorales con las que ganó Salinas, asegurando que no eran más que “papeles que nada dicen y menos significan”).

Siendo muy objetivos, las tarjetas bancarias otorgadas a cambio de votos (y las boletas electorales quemadas en 1988), no son más que moléculas, conjuntos de átomos, un montón de electrones y protones dando vueltas (y, desde otra perspectiva de la física, son campos de energía; lo mismo que los tinacos que se prometen a cambio de votos, aunque no tengan agua, y los osos polares, los cactus, la Unión Europea, los planetas, tú, y yo, todo lo que existe; no somos nada, más que una imagen fugaz en el devenir del Universo).

Pero también, siendo ultra mega objetivos, Ciro Murayama se muestra como un inconfundible incondicional de PRI (de otro modo, no podría cobrar su cheque en la caja de la coalición “Va por México”).

Yo le aconsejaría al consejero Ciro (para que no se queme tan gacho) explicar las cosas de manera más enredada, tipo la “cantinflesca” resolución de desafuero de Francisco Javier García Cabeza de Vaca, quien, ante su ambigüedad jurídica, puede seguir repartiendo “cartones” bancarios, que nada dicen y menos significan.