Cuando ocurrió la lamentable tragedia de la Línea 12 del Metro, publiqué en SDPNoticias algo que hizo enojar a mucha gente: escribí que la insaciable búsqueda de un culpable obedecía más a instintos de venganza que a la búsqueda de justicia, haciendo hincapié en que, con tal de alivianar la furia de las masas, se podría “fabricar un culpable”, y crucificarlo, como a Jesucristo en lugar de Barrabás.

Con los resultados electorales pasa lo mismo. El PRI perdió ocho gubernaturas, y MORENA, perdió media Ciudad de México (en ambos casos, bastiones importantes). Las bases, enfurecidas, ahora exigen las renuncias de sus respectivos presidentes de partido: Rafael Alejandro Moreno Cárdenas “Alito”, y Mario Delgado Carrillo, guiados más por sus hormonas que por sus neuronas.

Siguiendo sus pulsiones más básicas, calmarán su furia si ven el sacrificio de un culpable. No importa si esas renuncias tengan o no sentido, lo que desean es sentirse bien en el momento (como quien vende su voto para tener dinero al instante, sin importar que lo estafen por varios años).

Confieso que me divirtió en extremo ver a “Alito” chillando ante las cámaras, junto a su comparsa perredista que es Jesús Zambrano (quien tenía cara de que hubiera dado positivo a una prueba de Covid-19), cacareando que las búsquedas y detenciones de sus militantes corruptos, era una artimaña del gobierno federal, que usa las instituciones con fines políticos (como la ratita apañada Rosario Robles, quien, en vez de admitir que se robó el dinero, se quejó de “persecución de género”), apelando a la unidad del bloque opositor.

Quién sabe si los narcos que operaban en esos estados, negocien ahora con los nuevos gobernadores, lo cierto es que el PRI ya no les parecerá un socio importante y, probablemente, deje de fluir dinero hacia el tricolor.

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La cuestión es que el PRI ya está muy devaluado; desde el fraude que llevó a Salinas a la presidencia, les ha costado muchísimo esfuerzo legitimarse en el poder (si Felipe “Borolas” Calderón no les echa la mano, jamás hubieran colocado a Peña Nieto).

¿A quién quieren poner ahora como líder de su partido? ¿A Enrique de La Madrid? ¿Meade? ¿Gamboa Patrón? ¿Beatriz Paredes? ¿Chuayffet? ¿Romero Deschamps? ¿Lorenzo Córdova “Tatanka”? ¿el “Travieso” Arce?

¿Neto creen que eso les llevará votos? Cualquiera que pongan está condenado al fracaso porque, al momento de ponerse un pin del PRI en la solapa, instantáneamente se queman, cual vampiros bañados por la luz del sol.

Sobre MORENA, debemos reconocer que Mario Delgado ya contaba con la antipatía de varios militantes, por la simple y sencilla razón de que él, y Ricardo Monreal, son los consentidos del “Peje”, siendo éste último más responsable de la caída del partido del presidente en la Ciudad de México, porque se le señala de haber formado un cacicazgo en la Alcaldía Cuauhtémoc (lo cual también pueden ser rumores, pues ahí, como en Iztapalapa y Coyoacán, se mueven oscuras fuerzas clientelares del PRD).

Con todo, el líder de MORENA tiene menos que ver con las derrotas chilangas que la gestión de Claudia Sheimaum, quien, además de no saber enfrentar la tragedia de la Línea 12, tuvo una ríspida relación con los colectivos feministas (fuertemente apoyados por la oposición).

En realidad, los presidentes de partidos son como los delegados de la ANDA, personas que quisieran ser estrellas de cine, pero tienen que conformarse con hacer labores administrativas. Generalmente no le caen bien a la gente, y los que atraen o ahuyentan votos son los famosos, los que pintan como presidenciables, con sus discursos y actos.

Si los partidos políticos mencionados quieren recuperar el terreno perdido, deben concentrarse en la forma de gobernar de sus miembros que acaban de obtener cargos de elección popular, y ser cuidadosos con el trato con el electorado.

Despedir a sus líderes para ganar votos, es como correr al traductor de alguien que habla otro idioma (en este caso, la dirigencia entera), esperando que así mejore el mensaje.