Nuestra civilización jamás podrá alcanzar un elevado grado de desarrollo mientras arrastremos costumbres arcaicas, supersticiosas y bárbaras, como las corridas de toros, las páginas de sociales, las monarquías, los matrimonios y los concursos de belleza.
Me sorprende que, cínicamente, se siga transmitiendo Miss Universo, en esta era de millennials índigos que se ofenden por todo y que el feminismo ha tomado un nuevo impulso, obteniendo logros en la legalización del aborto y contra el acoso sexual, cometido por varones con poder. Hasta donde sé, nadie ha creado ni tan siquiera una protesta en Causes.
Ese concurso es altamente nocivo para la salud mental, cuya única virtud es generar humor involuntario, sobre todo por el momento de las preguntas a las Misses y por el kitsch que se deriva de una ceremonia tan naca, anacrónica y pretenciosa, como una tienda Sears.
Es divertido cuando las concursantes dicen que se “prepararon” arduamente, y que la ganadora “trabajará como embajadora”, cuando todos sabemos que solo tienen que enseñar las “nachas” y las “bubies” y ya.
Y lo peor es que es un show que legitima ideológicamente que los varones adinerados y con algo de poder (políticos, empresarios, jefes de burócratas, productores de espectáculos, cine y televisión, hasta el subgerente del más humilde supermercado), no tan solo se crean con derecho a mirar lascivamente a las damas (y considerarlas cosas chulas), sino a catalogarlas como mercancías: entre más bonitas (según los estándares de belleza tipo Miss Universo) representan un símbolo de status varonil más elevado.
¿Por qué Miss Universo no aclara: esto se trata de trata?”
La pornografía al menos tiene la honestidad de decir: “Esto se trata de sexo”. ¿Por qué Miss Universo no aclara: esto se trata de trata?”
Es denigrante pensar en sujetos vestidos con trajes carísimos que sacan la cartera para pagar una Miss, una Playmate, una estrellita de televisión, y en todos los nacos sin poder que se creen galanes, que babean y dicen vulgaridades de las Misses (generalmente a espaldas de sus esposas, como niños chiquitos). A mí me aburre todo eso; por favor, a mí no me pongan junto a estos hombres, no me identifico con ellos. Yo creo que el feminismo no solo es cosa de mujeres, a mí considérenme feministo.
Parece que algunos peruanos no quedaron conformes con la ganadora de Miss Universo, que resultó mexicana (cuyo nombre desconozco, ni quiero conocer). ¡Qué cosa más idiota! ¿A quién rayos le importa la decisión de un jurado? No fue un mérito de esfuerzo deportivo, ni se evaluaron conocimientos matemáticos, se calificó (de forma totalmente subjetiva y arbitraria), a la extranjera más parecida a Barbie (sin importar etnias, tonos de piel ni complexiones físicas nativas, la ganadora tiene qué ser tipo Barbie, de eso se trata el concurso: gana la que más se le parezca).
Y sobre una burrada se amontona otra burrada: el nacionalismo. Tuvo más sensatez la guerra de Francia contra México por una deuda de pasteleros en 1838 (de por sí, bastante pendeja), que una posible guerra contra Perú por una corona de Miss México.
¿Qué si me siento orgulloso porque ganó México?
¡Por supuesto que no! (lamento desairar a Lilly Téllez), aparte de que el concurso me parece bastante misoginito, la mexicana que ganó, ni de chiste se parece a la mayoría de nuestras compatriotas. Todo ese concurso apesta a falsedad, ¿Cuándo vamos a tirarles bombas molotov a las concursantes en traje de baño, feministas y feministos?
Juzgar a los demás por su apariencia física, es, por lo demás, un valor altamente “fifí”, promovido en la televisión por la exaltación de un modelo de belleza que no es acorde con la realidad. Ni la peruana se parece a Chabuca Granda ni la mexicana a Yalitza Aparicio.
Por lo pronto habrá que ver qué partido le ofrece una diputación plurinominal a Miss Universo.