Empiezo con dos anécdotas personales. La primera, de mis tiempos de estudiante —hace casi 50 años— en el Tecnológico de Monterrey. La segunda, de finales de los noventa o de los primeros años del siglo XXI cuando yo trabajaba en la fundación del diario Milenio.
“¿Sabes cómo se negocia con Carlos Slim?”
No pocas veces viajé de Monterrey a la Ciudad de México con el propietario de Milenio, Francisco González. Un día Pancho y yo saludamos a Armando Garza Sada en el Aeropuerto Internacional General Mariano Escobedo. Los señores González y Garza Sada no lo recordarán: yo no olvido tal encuentro por la lección de negociación que Armando nos dio.
Armando todavía no era presidente de Alfa. Yo no lo conocía, así que fue Pancho quien realmente se puso a platicar con él antes de subir a un avión. Supuse, aunque no me quedó claro, que Garza Sada dirigía alguna empresa de telecomunicaciones de Alfa. Dijo que viajaba a la capital del país para negociar con el poderososísimo Carlos Slim, entonces —como en la actualidad— el más importante hombre de negocios de México.
Bromeando, pero muy en serio, Armando Garza Sada le hizo una pregunta a Francisco González: “¿Sabes cómo se negocia con Slim?”. Armando contestó de inmediato: “¡¡¡De rodillas!!!” y juntó sus manos como lo hacen las personas creyentes cuando están en oración.
Juntar las manos representa un signo de obediencia a la autoridad del ser supremo. Leí el origen de tal gesto en un sitio de internet dedicado al yoga —disciplina que no practico porque no me interesa— :
“La tradición de juntar las manos para orar viene de las prisiones del Imperio Romano…, era muy común que se ataran las manos de los prisioneros con las palmas juntas… Cuando una persona era perseguida por los soldados romanos se acostumbrara implorar piedad juntando las manos y llevándolas al pecho o frente, solicitando la cárcel en vez de la muerte; era el gesto de la rendición”.
La revista Proceso y el manual de negociación de Harvard
Cuando Julio Scherer fundó la revista Proceso yo estudiaba la carrera de licenciado en economía en el Tecnológico de Monterrey. Su primer o segundo número circuló bastante entre los alumnos y maestros por la tontería que alguien publicó: que se nos educaba para ser Chicago Boys, es decir, ideológicamente idénticos a los economistas chilenos de ultraderecha, formados por el famoso neoliberal Friedman en la Universidad de Chicago, que apoyaron al dictador Augusto Pinochet después del golpe de Estado contra el presidente democráticamente electo Salvador Allende.
En Wikipedia se cita el libro Dos personas afortunadas: memorias, escrito por Milton Friedman y Rose D. Friedman: “En 1975, cuando la inflación todavía hacía estragos y una recesión mundial desencadenó una depresión en Chile, el general Pinochet recurrió a los Chicago Boys; nombró a varios de ellos para puestos poderosos en el gobierno”.
Hubo estudiantes que consideraron un elogio que se les comparara con los economistas de la dictadura chilena. Algún compañero demócrata, uno solo, se ofendió. A mí me dio igual, pero aprendí una primera lección de aquella edición de Proceso: la gente dedicada al periodismo —este es mi verdadero oficio— puede ser muy tarada. Conseguí esa revista y otro de sus reportajes me dio una segunda lección: la de cómo negociar con alguien mucho muy poderoso.
En Proceso se hacía referencia al “manual de negociación de Harvard”. Hablo de 1976, así que la prestigiada universidad de Massachusetts quizá haya añadido o eliminado algunas de las recomendaciones que hace 48 años hacía a políticos y a ejecutivos de empresas.
En el artículo mencionado se planteaba una pregunta: “Cómo negociar con alguien muy poderoso?”. La respuesta no era la de Garza Sada frente a Slim —arrodillarse y juntar las manos para pedir perdón—, sino una frase que me fascinó: “Cuando te enfrentes a alguien con demasiado poder, móntate en tus principios”.
Claudia Sheinbaum frente a Donald Trump
Ayer el favorito para ganar las elecciones presidenciales de Estados Unidos otra vez ofendió a México. Dijo cualquier cantidad de falsedades que insultan a la sociedad de nuestro país y mencionó a Marcelo Ebrard en muy malos términos: “Obtuve todo lo que quería de México”, “hicimos algo muy duro a México”, “le doy cinco minutos” (a Ebrard para cumplir alguna exigencia de Trump a AMLO).
Tantos insultos no podía ignorarlos la presidenta electa de México, Claudia Sheinbaum. Así que esta mujer, valiente y con convicciones éticas que no traicionará, precisamente con mucho valor se montó en sus principios y cuestionó a Trump por su “lenguaje soez”.
Entre negociar de rodillas o montarse en sus principios, Claudia optó por la segunda opción, sin duda para comunicarle a Trump que hay límites que la presidenta de México no permitirá que él rebase.
Lo que sigue es que Claudia Sheinbaum, ya decidida a cabalgar sobre sus principios en la relación con Donald Trump, evite desbocarse. No lo hará porque es una mujer prudente que buscará la colaboración con Estados Unidos, desde luego basada en el respeto.
Aprovecho para sugerir a la presidenta Sheinbaum leer de nuevo una novela, de las más interesantes que conozco, algo que quizá le ayudará en su toma de decisiones: Caballos desbocados, de Yukio Mishima. Es la historia de jóvenes idealistas y rebeldes —como ella en sus tiempos universitarios—, jóvenes que no tuvieron tiempo de madurar porque no supieron controlar sus ímpetus y todo lo perdieron. No es el caso de Claudia, quien sin abandonar el idealismo juvenil ha aprendido el valor de la mesura.
Frente a Trump, sí, los principios por delante, pero aplicando el freno cuando este tipo, si llega a ser inmensamente poderoso, se prepare para embestir. Claudia sabrá hacerlo sin juntar las manos como signo de obediencia: obediencia jamás, ya lo debe tener perfectamente claro el ultraconservador que amenaza con gobernar de nuevo a Estados Unidos.