En 1593, el impresor y editor francés Henri Estienne publicó una obra con título kilométrico, Les prémices, ou Le I. livre des proverbes épigrammatizez, ou des épigrammes proverbializez. En español sería algo así como Las primicias, o el libro de los proverbios epigramatizados, o de los epigramas proberbializados.

Ahí aparece un proverbio muy conocido: si jeunesse savait; si vieillesse pouvai (si la juventud supiera; si la vejez pudiera). En el debate sobre la reforma judicial vale la pena parafrasear tal proverbio: Si la Cuarta Transformación supiera; si la Suprema Corte de Justicia de la Nación pudiera.

La reforma al poder judicial necesitará muchos ajustes para que su implementación sea positiva. No era la mejor reforma: nadie especialista en derecho la defiende porque carece de lógica en muchos de sus aspectos y de practicabilidad en lo más importante: la elección en las urnas de miles de personas juzgadoras. Esta es la verdad, independientemente de la aplastante victoria de Morena en las urnas.

El berrinche y la torpeza. Tal reforma fue la consecuencia de un berrinche que pasará a la historia y de una descomunal torpeza política. La torpeza la puso la corte suprema, que no supo negociar con un presidente, AMLO, muy poderoso. El berrinche fue de Andrés Manuel, quien indebidamente leyó deslealtad con su gobierno y aun con México donde ministros y ministras escribían, con razón o sin ella, constitucionalidad e inconstitucionalidad.

El hubiera no existe, pero pudo haber existido:

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  • Si la ministra presidenta Norma Piña se hubiera puesto de pie cuando Andrés Manuel López Obrador llegó al Teatro de la República de Querétaro.
  • Si el ministro Luis María Aguilar no hubiera actuado como fanático de ultraderecha cuando decidió prohibir la distribución de los libros de texto gratuitos que tan irresponsablemente consideraba comunistas.
  • Si el mismo Luis María no hubiera escondido los expedientes relacionados con los impuestos de Ricardo Salinas Pliego.
  • Si el pleno de la SCJN hubiera encontrado al menos un argumento para dejar a la Guardia Nacional en la Secretaría de la Defensa —ministros y ministras tan brillantes pudieron diseñarlo, de haberlo querido, en menos de cinco minutos—.

¿Y los hubiera de AMLO? Irrelevantes en esta historia. Quien está en una posición de debilidad —en este caso la corte suprema—, sin renunciar a sus principios por supuesto, debe entender que le toca ceder o al menos no ser tan agresivo en las negociaciones. Hasta un genio insuperable como Galileo lo hizo.

La historia sería muy distinta si ministros y ministras, en vez de entercarse en que tenían la fuerza que se necesitaba para retar en absolutamente todo al poder ejecutivo, hubiesen dado estratégicamente algunos pasos hacia atrás. El consuelo de un eppur si muove bien pronunciado luego de haber aceptado la debilidad habría sido lo mejor para todos y todas. El padre de la ciencia moderna, sin complejos, aceptó su realidad política. El tiempo le dio la razón a Galileo: 359 años después de haberlo considerado herético, la iglesia católica le pidió perdón —lo que no quiere hacer el rey de España con los pueblos indígenas de México—.

El poder es poder porque, precisamente, puede. AMLO podía, la SCJN no. ¿Tenía sentido que ministros y ministras se lanzaran a un choque que de ninguna manera les iba a beneficiar?

Ahora mismo, Claudia Sheinbaum puede, el pleno de la corte no. Por tal motivo la presidenta se burló de la decisión de de hace unos días de la corte suprema, que gente de Morena ha calificado como golpe de Estado. Más bien, dijo Claudia, es un golpe guango. Quizá fue excesivo pitorreo tratándose de la titular del poder ejecutivo, pero no mintió: la SCJN decidirá lo que sea y no pasará nada: carece de fuerza —de dientes, de músculo— para imponer su criterio. ¿Es tan difícil de entender?

Eso sí, ministros y ministras saben, y mucho. Ya expresaron su desacuerdo con la reforma al poder judicial, dieron argumentos valiosos, serán recordados en las aulas universitarias y se les homenajeará por intelectualmente consistentes. Pero se les condenará por cualquier problema social o económico que genere el intento, necesariamente fallido, de pretender, sin tener fuerza para ello, cambiar a última hora una derrota en victoria.

En los diálogos previos a la aprobación de la reforma judicial, ministros y ministras exhibieron sus conocimientos, mucho más profundos que los argumentos de quienes integran el legislativo. Pero, ni hablar, en las cámaras se les ignoró y, con una mayoría que ni siquiera entendía el tema, se hizo lo que AMLO quiso en el Senado y a la Cámara de Diputados y Diputadas que controla Morena.

Y lo que Andrés Manuel quiso, por el puro gusto de desquitarse de una corte suprema que tantas veces no votó a su favor, fue cambiar a la judicatura completa. Guste o no, ya está todo listo para cambiarla. Ganó quien tenía la fuerza, aunque no haya contado —porque no la buscó— con la mejor asesoría en derecho. Perdieron los y las juristas de la SCJN. No habría ocurrido si, desde dos años antes, ministros y ministras hubieran más o menos pactado con el poder ejecutivo sin sacrificar principios, o hasta sacrificándolos pero aclarando en esa voz baja que todo el mundo escucha, que eppur si muove. Y a esperar el veredicto de la historia.

Morena no sabe , es la verdad. Si hubiera sabido, habría diseñado otra reforma judicial. Pero el partido de izquierda puede, y pudo sacar adelante un cambio constitucional complejo que Claudia Sheinbaum deberá implementar correctamente, lo que no será sencillo, pero tampoco una tarea imposible.

La SCJN sí sabe, pero no pudo. Y en este momento todavía puede menos que hace unos meses. Por lo tanto, no tiene sentido lo que ahora plantean ministros y ministras: votar por la inconstitucionalidad de la reforma judicial. ¿Qué pretenden lograr?

SCJN, salir del pantano

Una manera de morir si alguien se encuentra en el pantano es realizar movimientos bruscos. Eso ha hecho la corte suprema: ojalá ya le pare. Su decisión, si se insiste en ir contra los poderes ejecutivo y legislativo, generará problemas en una nación que necesita dejar ya la incertidumbre. Se culpará a ministros y ministras. El gobierno, pase lo que pase, se las arreglará: tiene recursos de sobra para superar cualquier crisis, grande o pequeña, que el nuevo debate jurídico genere.

Como se culpará a la SCJN, problemas muy serios podría haber para quienes la integran, que quizá están olvidando un dato básico: los y las morenistas del Senado y la Cámara de Diputados y Diputadas no solo pueden hacer lo que se les antoje, sino que se aceleran horriblemente con cualquier cosa, y entonces les da por aplastar.

No son precisamente salvajes quienes pertenecen a los grupos parlamentarios de Morena: simplemente actúan con la precipitación propia de la juventud inmadura que llegó a la cúspide sin mucho mérito. Les afecta la enfermedad psicológica del juniorismo, que no pocas veces se manifiesta con agresividad.

Morena, un movimiento todavía muy joven, es un éxito político construido por mucho pueblo y algunos pocos extraordinarios liderazgos —dos muy destacados, el del fundador, AMLO, y su principal apoyo, Sheinbaum—. Pero en Morena también participan no pocos oportunistas que, sin haber hecho gran cosa, ahora se sienten poderosos. Son estas personas las que actúan, por inmadurez, con el vandalismo y la brutalidad propios de los hijos de papi cuando se emborrachan en las fiestas.

Creo que en la SCJN no tomaron en cuenta tal situación en su más reciente decisión. Se arriesgan a que se aloquen y respondan, con una dosis salvajismo y no con civilidad, quienes evidentemente se han mareado porque ganaron elecciones regionales no gracias a su trabajo, sino a la popularidad de Andrés Manuel y Claudia.

En el pleno de la SCJN habrá una persona, una si acaso, con vocación para la inmolación, pero la verdad de las cosas es que casi todo el pleno de la cúpula del poder judicial está constituido por gente valiosa que solo aspira a una vida familiar tranquila. ¿Para qué meterse en problemas?

Si la Cuarta Transformación supiera; si la Suprema Corte de Justicia de la Nación pudiera. Es lo que diría a ministros y ministras, si resucitara, el editor francés Henri Estienne que en 1593 epigramatizó los proverbios y proverbializó los epigramas.