En octubre de 2011, en un artículo publicado en SDPnoticias, “Teatro del Palacio: Entre Caruso y Juan Gabriel”, hice eco de las denuncias en torno al deterioro y el daño a que el Teatro del Palacio de Bellas Artes había sido sometido en la administración de Calderón Hinojosa bajo el criterio de una supuesta “modernización”. El texto ha desaparecido, mas no así el agravio al Teatro.
Esto viene a cuento porque Federico Arreola ha publicado, el 10-03-23, un artículo sobre la exclusión de dicho teatro de la lista de los 21 “más impresionantes del mundo”, realizada por el periódico El País, y el de Bellas Artes no se encuentra ahí, como tampoco se halla en otras listas consultadas.
Los criterios utilizados para establecer el listado son la historia de los recintos, su belleza, la acústica (de la mayor importancia) y los eventos y festivales que realizan. Incluyen desde el más bello para mí, el Epidauro de Grecia, que data del siglo IV antes de la llamada era histórica, hasta los más modernos y espectaculares como los construidos en China en el siglo XXI: la Casa de la Ópera de Guangzhou y el Centro Nacional para las Artes Escénicas en Pekín. Y el Teatro de Bellas Artes, por el cual sienten orgullo la mayoría de los mexicanos, está fuera de estos criterios; lo excluyen.
Para que cada quien lo considere, me permito reproducir la lista de los 21:
- Teatro de Epidauro, Grecia.
- Shakespeare’s Globe, Londres, Reino Unido.
- Teatro de Pula, Croacia.
- Arena de Verona, Italia.
- Ópera de Manaos, Brasil.
- Teatro-Museo Dalí, de Figueres, Girona.
- Ópera de París, Francia.
- Casa de la Ópera, Oslo, Noruega.
- Ópera de Viena, Austria.
- Ópera de Sídney, Australia.
- Teatro Colón, Buenos Aires, Argentina.
- Festspielhaus de Bayreuth, Baviera, Alemania.
- Teatro de La Scala, Milán, Italia.
- Casa de la Ópera de Guangzhou, China.
- Teatro Mariinsky, San Petersburgo, Rusia.
- Casa de la Ópera Nacional de Budapest, Hungría.
- Semperoper, Dresde, Alemania.
- Centro Nacional para las Artes Escénicas, Pekín, China.
- Teatro San Carlo, Nápoles, Italia.
- Gran Teatre del Liceu, Barcelona, España
- Metropolitan Opera House, Nueva York, Estados Unidos
Siempre he lamentado que Porfirio Díaz ordenara destruir el Gran Teatro Nacional (inaugurado en 1844; demolido en 1904) para construir el Palacio de Bellas Artes con el propósito de inaugurarlo para las fiestas del Centenario de la Independencia en 1910 (ubicado a lo largo de la calle de Vergara, hoy Bolívar, y llevaba allí la hoy calle Cinco de Mayo, el GTN tenía 2,395 butacas). Iniciada la construcción del nuevo teatro en 1904, no fue posible terminarlo como previsto, como se sabe, por el estallido de la revolución mexicana. Se inauguró formalmente hasta 1934, aunque hubo varios intentos de retomarlo, por ejemplo, durante la aparente paz carrancista. Al grado de que Enrico Caruso, de gira en México en verano de 1919, visitara la obra en construcción y probara la voz ahí; lo cual reporta en sus cartas a la esposa en Nueva York.
Aquí, dos bellas imágenes del Gran Teatro Nacional:
Partiendo de ese primer agravio de destruir para construir, existen otros; y ningún gobierno se salva. 1. El exceso en que han caído las autoridades para que el Palacio funja como velatorio de famosos, ya sean artistas, escritores o cantantes. 2. La presentación de cancioneros populares de Pedro Infante o Jorge Negrete (en homenaje a Lucha Reyes fallecida en 1944) a Juan Gabriel o trovadores como Óscar Chávez o Serrat; a todos ellos, rancheros, boleristas y trovadores, les han sobrado escenarios. 3. La renta del Teatro a personajes y agrupaciones siniestros como a los de la secta La Luz de Mundo, en 2019. 4. La administración deficiente o corrupta de autoridades encargadas de la cultura en México, del INBA, de las distintas compañías y coordinaciones de ópera, danza, teatro, literatura, del Teatro mismo. 5. Pero acaso el mayor agravio al Teatro del Palacio haya sido el materializado por el gobierno de Felipe Calderón: con el pretexto de su modernización, lo dañaron.
En el artículo referido, Arreola propone en esencia que las autoridades establezcan la norma de que el Teatro del Palacio se dedique en exclusiva a las bellas artes: música, danza, ópera, teatro. Y aunque esto pudiera generar polémica no puedo sino estar de acuerdo. Pues como se ha dicho, para lo popular sobran escenarios. Teatros, auditorios, plazas (como el Zócalo), palenques, ferias, centros nocturnos, radio, televisión, etcétera. No necesitan para su “consagración” presentarse en Bellas Artes; y es que precisamente este es el único teatro del país dedicado a las bellas artes.
[En el verano de 1952, felizmente coincidieron María Callas y Giuseppe di Stefano en Bellas Artes. Entre otras, cantaron Rigoletto, de Verdi. Fue la única vez que María cantó esta ópera en vivo en toda su carrera; sólo haría una grabación de estudio posterior con el propio Di Stefano. Entonces, este es un testimonio impresionante (existe la ópera completa en vivo), porque significó un reto para la técnica de Callas; aquí un fragmento del dueto del primer acto:]
Pero en realidad, aparte de lo ya dicho, la preocupación de fondo debiera de estar puesta en revertir el daño causado al Teatro por la corrupción prianista (corrupción de la “Estela de Luz”, “Suavicrema” o “Estela de Pus”; la abyección de la celebración del Bicentenario; del saqueo al Teatro del Palacio; la barda inconclusa de la inexistente refinería de Tula, Hidalgo; la falsa guerra contra el “narco” que más bien fue complicidad, como se muestra en Brooklyn, Nueva York). Así como el Teatro del Liceu de Barcelona fue literalmente reconstruido sobre sus cenizas (y aparece en esa lista de los 21), el Teatro del Palacio de Bellas Artes puede recuperar su estética original, su magnífica acústica, las 400 butacas perdidas, el prestigio dilapidado por administraciones pasadas y recientes.
El teatro inaugurado simbólicamente por Enrico Caruso en 1919 e inaugurado formalmente por María Tereza Montoya con La verdad sospechosa, de Juan Ruiz de Alarcón. Escenario donde estuvieron María Callas y Giuseppe di Stefano. Donde actuaron Silvestre Revueltas y Carlos Chávez. Donde se estrenara El Huapango de Moncayo, ese otro himno mexicano…
[La Compañía Nacional de Danza, que tiene como espacio natural el Teatro del Palacio, ha logrado en general buen desempeño. Aquí, por ejemplo, hace una fusión de lo popular con lo clásico, la coreografía ¡Esquina, bajan!, de Nellie Happee es realmente encantadora; esta coreógrafa ha realizado asimismo una vibrante versión de Carmina Burana, de Orff, para la misma compañía]:
Decía que ha desaparecido de las redes mi artículo de octubre de 2011. Afortunadamente, lo tengo en archivos y también forma parte de la colección de textos de carácter artístico y cultural publicados en De Caruso a Juan Gabriel. Una mirada de la cultura en México (2019; UJAT/Laberinto). Así pues, lo reproduzco por su vigencia y por cuanto tiene de denuncia sobre el daño que puede ser revertido para bien del Teatro del Palacio y de los mexicanos:
Teatro del Palacio: Entre Caruso y Juan Gabriel
La polémica ha sido la tónica tras la remodelación o modernización, como le han llamado, del Teatro del Palacio de Bellas Artes. María Teresa Franco como iniciadora y Teresa Vicencio como sustituta directora del INBA, son las responsables del proyecto que al parecer ha hecho más mal que bien al teatro ideado por el viejo Díaz para la celebración del Centenario de la Independencia. Se inauguraría hasta 1934 debido a los avatares de la revolución (el arco de Reforma que no es arco sino estela y que ya pasado el Bicentenario de ingrata memoria no se sabe aún si se concluirá, es un avatar de la ineficiencia, cuando menos), pero en 1919, Enrico Caruso, quien se encontraba de gira cantando en el Toreo de México, tal cual relata la biografía y recolección de cartas realizada por su mujer Dorothy, visitó la obra negra del Palacio y probaría, en palabras del tigre-poeta Eduardo Lizalde, “su voz egregia en el recinto inacabado como para glorioso bautizo del futuro máximo foro mexicano”.
En ocasión del estreno de Il postino de Daniel Catán, tuve oportunidad verificar las modificaciones. La renovación comprende, entre otras, las siguientes pérdidas: reducción de entre 300 y 400 butacas, des-estilización del art-déco del lobby visible en el desprendimiento del mármol, sustitución de las puertas metálicas, modificación y reducción de los palcos, eliminación de la puerta central de entrada y de tres lámparas, desaparición de elementos decorativos dentro del estilo, etc. Tanto el mármol como el metal fueron sustituidos, absolutamente fuera de estética y violentando la concepción original, con madera de nogal mal cortada, mal pulida y con tornillos y acabados de pésimo gusto que inclusive muestran deterioro prematuro. Como si se tratase de chinerías compradas en barata (de 700 millones de pesos, una ganga). Una pregunta sigue en el aire: ¿Y el mármol, las lámparas, las pequeñas esculturas, los elementos decorativos, dónde han quedado? Al respecto, corren voces sobre las muchas irregularidades del proceso de “modernización”.
Quizá la pérdida más sensible sea la acústica original del teatro, la cual si bien no era extraordinaria, funcionaba correctamente. Así lo corroboran las magníficas voces que en el pasado tuvieron noches gloriosas en el recinto; allí están los registros. La expresión, el instante de la acústica, un arte en sí mismo, un diálogo constante entre la voz y la estructura, entre la ciencia y el arte, una interlocución entre el oído y la emisión que se convierte en razón y/o emoción, que roza los linderos de la poesía, es hoy un problema. Es opaca, seca, árida. La orquesta desde el foso tiende a cubrir el brillo de las voces, inclusive si se les escucha desde el anfiteatro, donde el acto acústico solía tener mayor expansión. Cuando le hicieron ver el error, la administración encontró como deslumbrante solución llenar de bocinas las salientes de los palcos. Inconcebible no sólo desde un criterio estético, sobre todo, artístico, si se conviene que allí se canta ópera. Ahora se sospechará inclusive del “microfoneo” de ciertas voces operísticas.
El Comité Mexicano del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS), ha interpuesto ya, ante los daños, la gravedad de las faltas, la violación de las reglas de restauración de sitios y monumentos históricos y artísticos como el Palacio de Bellas Artes (reconocido por la UNESCO desde 1987), una demanda contra el gobierno mexicano ante el Centro del Patrimonio Mundial de la UNESCO. Una fuerte llamada de atención de la organización internacional quizá resarza un poco del daño, por ahora irreparable, al teatro que no merece la administraciones recientemente padecidas.
Volviendo fenómeno acústico, con la condición actual, las bocinas le irán bien a los espectáculos populares, a uno de Juan Gabriel, por ejemplo. Y he aquí un conflicto añejo: al concebirse como un teatro exclusivo para la recreación de las “bellas artes”, pues abundan los espacios de carácter popular, existen resistencias de los grupos artísticos a la distorsión del objetivo original. No obstante, con la fallida ocurrencia de los altavoces, es claro cómo la política cultural panista privilegia la estética del “divo” de Juárez al arte vocal del tenor napolitano: a Juanga antes que a Caruso.
P.d. Levantemos un poco el orgullo de las autoridades mexicanas de la Cultura hoy con el Huapango de Moncayo. Tal vez les dé ánimos para tomar la decisión de restaurar el Teatro del Palacio de Bellas Artes de los daños causados a su estética y funcionamiento. Aquí una versión con la Sinfónica de Minería, que reproduzco por el montaje de imágenes, de otra manera merecería estar aquí una versión de la Sinfónica Nacional, que tiene su sede en Bellas Artes:
Héctor Palacio en Twitter: @NietzscheAristo