Las relaciones internacionales han dado un vuelco desafortunado desde la amenaza de Rusia contra Ucrania. Según ha trascendido, más de 100 mil efectivos rusos permanecen en la frontera ruso-ucraniana y en territorio bielorruso. Occidente, por su parte, ha respondido con el envío de soldados estadounidenses y de otros países aliados a las fronteras orientales de la Unión Europea.

Si bien Rusia es considerada una potencia militar, pues heredó el arsenal convencional y nuclear de la Unión Soviética, el gigante eslavo dista de ser considerado un actor de primer orden en el escenario mundial. Por el contrario, Rusia es un país en desarrollo. Para mayor referencia, vale recordar que Rusia, con sus 17 millones de kilómetros cuadrados de extensión, apenas cuenta con un PIB cercano al de países como España y de Australia.

Ello implica que difícilmente Rusia estaría en condiciones para sostener en solitario un conflicto prolongado a escala regional, principalmente ante una eventual intervención de los Estados Unidos y de otros miembros de la OTAN como resultado de la invasión de Ucrania.

Vladimir Putin ha argumentado, desde el inicio de las tensiones. que la reacción rusa ha derivado de la expansión de la OTAN hacia el Este de Europa. Países históricamente ligados a Rusia y a su área de influencia, y mismo, ex miembros de la Unión Soviética y del otrora imperio ruso, han integrado la alianza atlántica con el propósito de defender su integridad territorial ante cualquier amenaza lanzada desde Moscú. En palabras de Putin, Rusia se percibe amenazada ante la presencia cercana de la OTAN.

Esta expansión gradual de la OTAN podría provocar un acercamiento del gobierno ruso con el Partido Comunista Chino, y muy en particular, entre Vladimir Putin y Xi Jinping. Como bien señaló en su columna mi colega Javier Treviño, publicada en este espacio de SDP Noticias, Moscú y Pekín comparten un objetivo geoestratégico: erradicar la hegemonía global ejercida por los Estados Unidos desde el fin de la Guerra Fría.

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La alianza sino-rusa no sería, sin embargo, inédita en la historia de las relaciones bilaterales. El lector recordará el apoyo ofrecido por Pekín al Vietcong durante la Guerra de Vietnam; con el objetivo explícito de lacerar los intereses estadounidenses en la región, y con ello, apoyar a la Unión Soviética en su lucha por el poder mundial.

En suma, el mayor peligro provocado por la crisis ucraniana no deriva de las potenciales escaramuzas en el frente occidental de Rusia, sino en un mayor acercamiento de Moscú con Pekín, en el marco de una estrategia geopolítica de combatir la hegemonía estadounidense. Para prevenirlo, Joe Biden, Boris Johnson, Emmanuel Macron y Olaf Scholz, en coordinación con sus respectivos ministerios de exteriores y de defensa, deberán diseñar una política de apaciguamiento hacia los rusos, mismo si ello conlleva renunciar a la adhesión de Ucrania a la OTAN.

De lo contrario, la crisis ucraniana podría conducir a un involucramiento activo de China, y con ello, la realización de uno de las tareas pendientes de los comunistas: la invasión y anexión de Taiwán a la China continental. Ello sí que podría traducirse en un conflicto mayor donde el riesgo de una conflagración a gran escala podría materializarse.