La candidata terminó la junta con sus líderes, aquellos a los que felicitó durante el último mitin. Alito, del PRI, a Marko del PAN y de paso, porque casi se le olvida, a Zambrano del PRD. El cierre de campaña por fin había llegado.
Desfallecida entró a su casa escarlata. No había nadie, el silencio la sobrecogió. Encendió la luz de la vasta sala y se sentó en su sillón de piel, puso su portafolios a un lado. Suspiró profundo, le dio unas últimas masticadas a su chicle y lo pegó en el descansabrazos de madera.
Aventó sus sandalias sobre la alfombra para descansar sus hinchados pies. Empezó a hablar sola. “Ay, ah, ah... Faltan dieciocho horas para las elecciones… no, menos, como unas veintitrés, que si las convertimos en segundos, serán como unos 13 mil 402 mil 500 segundos... ah, ah, sí, sí... ja, ja, más o menos. Ha sido una verdadera chinga pero ha valido la pena. Massive Caller me puso arriba. Estoy segura que vamos, ¿vamos? ¡No!, que voy a ganar”.
Para matar aquel silencio comenzó a tararear la canción que habían escrito para ella, la candidata estrella, la virgen aparecida, la que cambiaría el rumbo de este país. La que salvaría a México…
Sacó “la iPad” de su estuche para ver su atiborrado y majestuoso cierre de campaña. Comenzó a cantar entonces… “Un dos tres, por Xóchitl, un dos tres, por mí, un dos tres por siempre…” “¡Ay, ah, ah, qué xingona quedó la canción”… “¡Esta campaña ha sido increíble!”.
Escuchaba la voz del presentador. “Buenas tardes a todas y a todos quiero saludar a quien va a ser nuestra próxima presidenta de México…”.
¡Presidenta! ¡Presidenta! ¡X.. Xo… Xóchitl, Xóchitl! “Sí, seré la primer presidenta de México!” Eso sí, no debo olvidar que los programas sociales se mantendrán, los programas sociales no se quitarán. Firmé con mi propia sangre!”.
Una gigantesca serpiente rosa se deslizaba sigilosa hacia la plancha del zócalo. La luna llena iluminaba las banderas que parecían almidonadas porque ni siquiera la punta ondeaba. No había viento. Había luna llena que hacía relucir la brillantina rosa de las camisetas de los asistentes. Lo único que se escuchaba era el deslizamiento, lento, el arrastre de los pies de los “xochilovers”. Un, dos, tres... un, dos, tres…
El plateado astro se reflejaba en sus rostros, todos sin expresión, sus arrugas bien definidas, los surcos de sus frentes perlados, en sus ojos inmóviles se reflejaba la luna. El cielo lleno de estrellas; unas fugaces iluminaban aún más aquel deslizamiento silencioso.
La candidata esperaba en frente a las puertas de palacio. El barniz de la fina madera brillaba, iluminando el sonriente rostro de la primer presidenta de la república.
La víspera había caído una tormenta, la plancha estaba llena de fango, los asistentes mutantes avanzaban con trabajo porque sus pies se hundían en el lodo. No se detenían a pesar de que este succionara sus finísimos zapatos o zapatillas, todos seguían avanzando hacia ella formándose, todos alineados como soldados patrios pero rosas.
La música, esa su canción sonó con fuerza. “Un, dos, tres por Xóchitl... Un, dos, tres por mí, un dos tres por siempre”, y ella cantaba con entusiasmo. Su sonrisa, su risa convulsa hizo eco, sin inmutar a los asistentes.
El crótalo rosa seguía avanzando. A paso lento… el lodo había roto la uniformidad. Los ojos reflejaban millones de lunas que iluminaban a la presidenta quien se aferraba a los brazos de su silla presidencial palpando las masas duras e informes que había pegado antaño.
Frente a ella había tres enormes pantallas. Una roja, una amarilla y una azul. Cada una con un discurso distinto. Confundida sacó sus tarjetas, también de colores, aterrada vio que estaban en blanco. “¡La iPad, la iPad!”, gritaba, agitando las manos hacia los lados. Detrás de ella solo estaba esa puerta gigantesca…
Vio las pantallas. Los textos fueron pasando lento. Cada pantalla decía lo suyo, la presidenta no atinaba cuál leer, las letras comenzaron a pasar con rapidez y luego a desvanecerse…
“No importa, soy xingona, puedo improvisar”… Se levantó de la silla no sin antes dejar su chicle pegado en el antebrazo del sillón. Vio a la multitud, a millones, miles de millones… de Alitos, Markos, Kenias, Lillys, Zambranos, Creels, Zuckermans, Sarmientos y Joaquines, la miraban con ojos centelleantes y sin vida reflejando una luz, una fuerte luminiscencia que hacía grande la figura esbelta de una mujer de coleta que entraba por aquellas puertas finas de cedro de palacio, abiertas de par en par.
Xóchitl despertó aquella madrugada sentada en una silla plegable, frente a Palacio Nacional. Sola. Con una manta sobre un desgastado huipil que decía: “Vxta 2 de Junio. Gran Apertura. Próximamente”. Con un gesto de derrota bajó la cabeza, su cabello claro y lacio le cubrió el rostro. Sí, se la había creído.