Hugo Aguilar, futuro ministro de la Suprema Corte, era un hombre desconocido hasta hace quince minutos. Me atrevo a aseverar que una inmensa mayoría de los mexicanos no había siquiera escuchado su nombre hasta la primera vez que apareció en los fraudulentos acordeones.  

Sin embargo, como resultado de la operación de Estado orquestada por el régimen obradorista, ostentará, a partir del 1 de septiembre, el cargo público de mayor prestigio para un abogado en México. Presidirá, nada más ni nada menos, que el máximo tribunal jurisdiccional del país. 

En una entrevista concedida a dos propagandistas de nombre Alejandro Páez y Álvaro Delgado, luego de iniciar su perorata en lengua mixteca, expresó su opinión en torno a cómo la Corte debe estar “cerca” del pueblo.

No obstante sus deseos, quizás el futuro ministro pasó de noche las lecciones  en el grado de derecho sobre la división de poderes, la Ilustración francesa o los postulados del barón de Montesquieu; o tal vez cree firmemente en el eslogan obradorista de “no me vengan que la ley es la ley”. Lo veremos. 

Enseguida Aguilar hizo referencia a sus deseos de que la Corte sea itinerante, es decir, que se traslade a las regiones y que “reciba” a la gente. ¿Entenderá el abogado de que el Poder Judicial, desde su concepción misma, no responde a la voluntad popular sino a la salvaguarda de la letra constitucional? 

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¿O que el Poder Judicial debe  servir como un contrapeso frente a las decisiones mayoritarias? ¿Le habrán enseñado esos principios fundamentales del derecho mexicano en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca?  ¿Habrá leído el Espíritu de las Leyes o El Federalista? 

Claudia Sheinbaum, el régimen y sus propagandistas insisten en la peregrina idea de que Aguilar ha sido “electo” por el pueblo de México.  Sin embargo, la ilegitimidad de la elección, la prácticas fraudulentas, los acordeones y la operación de Estado representan la evidencia ostensible, y  ha sido puesto ante los ojos de todos, de que se trata de un hombre cercano al movimiento cuyas credenciales profesionales  y compromiso con la independencia  judicial son prescindibles. 

Hugo Aguilar no es más que el resultado de una operación del régimen dirigido a dominar al Poder Judicial. Debajo de sus ropajes indígenas y de su lengua originaria, se anticipa que la próxima Suprema Corte, bajo el liderazgo de Aguilar, será un tribunal donde la Constitución no tendrá valor por sí misma, sino una cuyo espíritu y contenido vendrán dictados por los principios facciosos del movimiento obradorista.