No voy a interpretar ni a criticar —tampoco a apoyar— lo que ha dicho Andrés Manuel sobre la Universidad Nacional. Simplemente daré mi punto de vista acerca de algunos temas específicos que han salido a la luz en tal debate, que si logramos encauzar por la ruta de la objetividad y la ética puede llevarnos a conclusiones tan importantes para la academia como útiles para la sociedad.
La Constitución
El presidente López Obrador dijo que no se dan clases de derecho constitucional en la UNAM. Rápidamente, el diputado panista Santiago Creel corrigió a AMLO: dijo que él imparte tales cursos tres veces a la semana en la llamada máxima casa de estudios. Estoy seguro de que Creel es ameno como maestro y preparado en el tema, pero...
El problema, me parece, no deja de existir, y quizá hasta se complica, solo porque un abogado famoso se ubique en las aulas de la UNAM frente a los estudiantes y diserte con erudición sobre la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
El problema del derecho en esa institución universitaria —y en todas las otras en México— no se resuelve argumentando que abogados cultos, como Diego Valadés, realizan investigaciones jurídicas en la UNAM con absoluta independencia académica.
El problema está en que no son pocos —podrían hasta ser mayoría— los expertos en derecho disfrazados de académicos respetables que, en su práctica profesional, son bien chuecos.
Quiero pensar que Creel no diseñó la perversidad del desafuero para intentar eliminar a Andrés Manuel López Obrador de la carrera presidencial en 2006. El creativo, jurídicamente hablando, fue otro abogado egresado de la UNAM, Diego Fernández de Cevallos, quien armó la estructura legal del desafuero de AMLO por petición expresa de su jefe político, Carlos Salinas (también egresado de la UNAM, aunque economista). Convencieron al presidente Vicente Fox, quien para proceder contra Andrés Manuel necesitaba que se le garantizara la legalidad de la arbitrariedad, y esto lo hizo un jurista más de la UNAM, el entonces presidente de la Corte, Mariano Azuela y Güitrón.
Santiago Creel seguramente no fue ni siquiera consultado cuando se planeó el desafuero, pero sí operó, desde la Secretaría de Gobernación, para que tuviera el menor costo posible para el gobierno foxista. Es decir, en vez de actuar como hombre de leyes y denunciar la injusticia, el hoy diputado intentó que no dañara demasiado a la administración de Fox. Solo cuando las cosas se salieron de control en las calles —Andrés Manuel no se dejó y el pueblo le apoyó—, buscó salidas legales al embrollo, ya demasiado costoso para aquel gobierno, algo que él pudo hacer en sesiones de lluvia de ideas jurídicas con abogados serios y decentes egresados de la UNAM como Javier Quijano, Rafael Guerra (ENEP o FES Aragón) y Julio Scherer Ibarra.
Hay abogados buenos y malos que estudiaron o dan clases en la UNAM, es la verdad. En lo que quizá esta universidad está fallando es en no utilizar filtros éticos para impedir que lleguen a los cargos académicos los tramposos o quienes se han dejado seducir por la mala política, por hábiles o listillos que sean.
¿Diego Valadés es la gran cosa como investigador en ciencias jurídicas? Lo será, pero no es precisamente un hombre derecho. En marzo de 1994 lo vi llegar al hospital de Tijuana en el que había fallecido Luis Donaldo Colosio después de que alguien le disparara en la cabeza en la colonia Lomas Taurinas. No habían empezado siquiera las investigaciones y Valadés —en ese tiempo procurador del gobierno de Carlos Salinas— declaró que el culpable había sido un asesino solitario. Es decir, se vio como cómplice, voluntaria o involuntariamente, de quienes se beneficiaron por la muerte de Colosio. No sé si tan miserable actuación esté correlacionada con el nombramiento que, meses después, realizó Salinas a favor de Valadés como ministro numerario de la (ni la burla perdonan) honorable corte suprema.
Diego Valadez no merecía que la UNAM le diera un trato de privilegio como académico. A él se le habría tenido que haber juzgado para entender por qué, antes de investigarlo, resolvió de una manera tan poco profesional y evidentemente sin ética, el magnicidio de 1994. Sin duda, una falta gigantesca e imperdonable del reputado jurista a quien no puedo respetar.
El poder de la ciencia y el poder del dinero
Lo que me parece un sueño de la izquierda romántica mexicana es pretender que se desarrolle una ciencia sin afán de lucro. Eso no es posible.
Cito, como lo he hecho muchas veces, el clásico Técnica y civilización de Lewis Mumford:
- “¿Fue una casualidad que los fundadores y patrocinadores de la Royal Society —en verdad algunos de los primeros experimentadores en ciencias físicas— fueran los mercaderes de la City?”.
- “El rey Carlos II podía reírse sin freno al oír que aquellos caballeros habían pasado el tiempo pesando el aire; pero sus instintos estaban justificados y sus procedimientos eran correctos: el método mismo pertenecía a su tradición y en ello iba dinero”.
- “El poder que era la ciencia y el poder que era el dinero eran, en fin de cuentas, la misma clase de poder: el poder de abstracción, de medida, de cuantificación”.
- “Había nacido un nuevo tipo de personalidad, una abstracción ambulante: el Hombre Económico”.
- “Estos nuevos hombres económicos sacrificaron su digestión, los intereses de paternidad, su vida sexual, su salud, la mayor parte de los normales placeres y deleites de la existencia civilizada por la persecución sin trabas del poder y del dinero”.
- “Nada los detenía; nada los distraía... excepto finalmente el darse cuenta de que tenían más dinero del que podían gastar, y más poder del que inteligentemente podían ejercer”.
- “Entonces llegaba el arrepentimiento tardío: Robert Owen funda una utópica colonia cooperativa, Nobel, el fabricante de explosivos, una fundación para la paz, Rockefeller, institutos de medicina”.
- “El romanticismo en todas sus manifestaciones, desde Shakespeare a William Morris, de Goethe y los hermanos Grimm a Nietzsche, de Rousseau y Chateaubriand a Hugo, fue un intento de volver a colocar las actividades esenciales de la vida humana en un lugar central del nuevo esquema, en vez de aceptar la máquina como centro, y considerar todos sus valores como últimos y absolutos”.
La verdad de las cosas es que la ciencia es neoliberal o no avanza. Seamos realistas y dejemos de soñar. El dinero es el combustible, la energía, el motor del desarrollo científico y tecnológico. Pretender otra cosa es condenar a México a ser eternamente consumidor del conocimiento generado en otros lugares.
Puede molestar a las personas sensibles el espectáculo, sin duda desagradable, de que se enriquezcan tanto los fabricantes de vacunas de Estados Unidos y algunos países de Europa —La Jornada les ha dedicado hermosísimas frases para condenarles desde el punto de vista de la ética—, pero no hay de otra: o ganan dinero o no investigan y, entonces, no descubren vacunas, que como todos los otros avances científicos y tecnológicos, la verdad sea dicha, no son nunca un milagro, sino nada más vulgar búsqueda de ganancias y más ganancias. Nuestro gobierno, antineoliberal, ha contribuido con miles de millones de pesos a incrementar las fortunas de los fabricantes de vacunas, y qué bueno que así haya ocurrido, ya que no había otra forma de domar a la genocida pandemia de coronavirus.
¿Y las humanidades?
Obviamente, en las universidades de todo el mundo, que es el lugar del que abrevan los desarrolladores de tecnología, existen también las humanidades como un contrapeso al desbordado deseo de lucro de los científicos y sus financieros.
En la UNAM no han faltado humanidades, pero quizá no han sido tan influyentes sus profesores e investigadores, como quienes salen de las escuelas de ingeniería, leyes o economía decididos a tragarse todo lo que puedan, legal o ilegalmente, del dinero que mueve al sistema económico. Quizá esta es la revisión que deberá hacerse en la Universidad Nacional.
Espero que no suceda, pero si resultara de las auditorías realizadas por la propia 4T que ha habido transas de parte de los funcionarios compradores de las vacunas, a pesar de la decisión del presidente AMLO de combatir la corrupción, tal acto de traición a los valores del presidente de México obedecerá no a ganas de dañar al dirigente social tabasqueño empeñado en cambiar lo que no funciona en nuestro país, sino a que operadores de su gobierno, capacitados en administraciones anteriores, no han entendido el verdadero significado de la moral porque en la universidad, como estudiantes de derecho, relaciones internacionales, ciencias políticas o medicina, seguramente se reían a carcajadas cuando un brillante especialista en derecho o un docto experto en terapia intensiva —de esos con práctica bien chueca— les decía a los muchachos, como mal chiste didáctico, que en México la moral es solo el árbol que da moras, y jajaja…
De lo que trata, en este momento, es de hacer a un lado las moras del árbol podrido del sistema político y aprender, desde la escuela, a caminar derechitos. Ojalá lo logremos.