No hay mayor desprecio, que el no hacer aprecio.

Refrán

En esta columna rescato los resultados más importantes —interesantes lo son todos— del estudio ‘AMLO Seguimiento. 24 de mayo de 2021′ de Gabinete de Comunicación Estratégica. Ejercicio que se ha llevado a cabo ¡durante más de dos años de forma ininterrumpida! y cuya última medición se dio a conocer ayer.

Los acompaño por algunos comentarios que los directivos de esta empresa, Liébano Sáenz y Federico Berrueto, expresaron con Ciro Gómez Leyva en su programa radiofónico Ciro por la Mañana de Radio Fórmula. Voy agregando, también, algunas apreciaciones mías al respecto de varios de los aspectos de la encuesta misma.

Sin duda hay que comenzar por lo que creo se ha vuelto el basamento que explica muchos de los fenómenos que ocurren en México y que recoge este estudio demotécnico: la descomposición y la polarización social que, más allá del lugar común que pudiera pensarse significa, rebasa cualquier pronóstico habido y por haber. Estas se siembran, como bien lo apuntó Sáenz, “desde temprano”. Atinada manera de decir que se originaron desde el ‘día uno’ de esta administración federal y que se ven reforzadas cada mañana en las conferencias de prensa de López Obrador.

Pero ¿cómo se plasma esto en los números?

Sencillo: en diciembre de 2018, recién inaugurado el mandato de AMLO, los ciudadanos mexicanos que tenían una opinión ‘muy buena’ (en una escala del 1 al 5) del presidente Andrés Manuel López Obrador era del 31.7% y ‘muy mala’ del 4.2%. Actualmente es de 19.1% y 16.6% respectivamente. En otras palabras, no solo es que el discurso de “estás conmigo o contra mí” ha permeado, sino que se ha polarizado y eso se percibe mayormente en los segmentos de opinión de los extremos del abanico de opinión. Por ello, los encontronazos entre uno y otro bando de “radicales” no sorprenden, pero las manifestaciones cada vez más alzadas de tono tampoco.

Tanto simpatizantes como críticos del lopezobradorismo podrán decir: “¿y eso qué?, la popularidad del primer mandatario goza de cabal salud”. Y tendrán razón. La opinión favorable y muy favorable que tiene la población sobre López Obrador ronda el 54%, prácticamente igual a la que tenía a los seis meses de haber iniciado su gobierno. Ni la pandemia, ni la tragedia de la línea 12 del Metro, ni la violencia y crimen, ni el desempleo, ni el nulo crecimiento económico ha dinamitado ese apoyo. No todavía.

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Gestión reprobada por todos los frentes

Sin embargo, cuando Gabinete mide la opinión que tiene la ciudadanía de las acciones de gobierno, nos encontramos que su gestión está reprobada en casi todos los frentes (salud, educación, combate a la corrupción, empleo, abatimiento de la pobreza). Así, más allá del consenso que pueda tener el presidente de la República en torno suyo, existe una independencia con respecto a la apreciación ciudadana de su gestión en distintos ámbitos; finalmente la popularidad es lo último que se pierde, aunque llegue un momento en que mismo eso ocurra.

Pero, bueno, hasta aquí creo que no hay novedad para el lector.

Lo que pocos analistas y ciudadanos notan es que la disociación que existe entre una y otra cosa mencionada antes lleva al primer mandatario a recurrir constantemente a su ‘otra personalidad’. “Cada vez que el presidente baja en popularidad, AMLO recurre al activista”, diría el presidente de GCE.

Y el gran problema con lo anterior no es la esquizofrenia que significa tener que ir ‘alternando cachuchas’, sino que en la medida que el gobernante se comporta como líder social, en esa misma medida no podrá avanzar por el camino de los logros de gestión. Y ese círculo vicioso lleva tarde que temprano a tener un ‘activista de tiempo completo’ con cero resultados de gobierno, cuando que es finalmente para fomentar el bienestar del país y el desarrollo nacional para lo que se tiene —y se costea— la figura de jefe de Estado. Y no digo que es “para lo que lo eligieron los mexicanos” porque tengo la impresión de que muchos de los que votaron por AMLO lo hicieron conscientemente para tener a un porro que exprese constantemente sus resentimientos, sus prejuicios colectivos, su desprecio por la humanidad.

Hay esperanza, no obstante, de que estos sean los menos, y hay fundamento para albergar dicha esperanza. En el estudio dado a conocer por Gabinete nos encontramos con que, en cuestiones comiciales, lo institucional ‘le gana’ al activismo presidencial y a la interferencia partidista que hace constantemente el mandatario en el proceso electoral. Así, en este “enfrentamiento”, el INE tiene mejor imagen que el presidente; 62% de opinión favorable versus el 54% mencionado antes.

Esa es indudablemente una muy buena noticia ya que, de acuerdo a las tendencias en la intención del voto, es posible que este 6 de junio Morena solo obtenga la primera mayoría en la Cámara de Diputados y que con sus aliados controle una mayoría simple, más ni siquiera necesariamente la mayoría absoluta (50% más uno de los asientos). El que Juntos Haremos Historia logre la mayoría calificada queda prácticamente descartado.

El AMLO iracundo y fuera de control lo sabe.

El presidente activista ataca al Instituto Nacional Electoral; y ahora también al antes abyecto Tribunal Electoral. Tanto así que se percibe que se percibe que López Obrador, su instituto político y sus huestes no van a aceptar los resultados de los comicios (la mitad de los encuestados cree que AMLO no respetará los resultados; 42.7% de los resultados efectivos).

Por todo ello, el que la institución electoral tenga mayor reconocimiento que el presidente —sobre todo si se recuerda la propensión de AMLO de actuar cada vez más como jefe de partido que como líder de una nación— es extremadamente importante (según la encuesta levantada por GCE, 61% de los mexicanos están en desacuerdo con que el presidente intervenga en las elecciones).

El presidente es un activista, pero el INE —afortunadamente— es en estos momentos más apreciado que él por parte de la ciudadanía.