Una de las mayores preocupaciones de los mexicanos es la inseguridad. Esto sería una obviedad si no fuera porque también en nuestra forma de ver el tema, hay más confusiones que otra cosa. He insistido en otros espacios, pero debo subrayarlo a cada cierto tiempo: no todo lo que se relaciona es lo mismo; no todo lo que suele ir de la mano es por ello una sola cosa, y dos elementos del mismo conjunto son claros y distintos, aunque tengan un aire de familia.

En concreto: una cosa es la inseguridad, otra la delincuencia, y otra la violencia. La primera depende de la percepción, y puede ser fiel a la realidad, pero también estar magnificada o minimizada, porque hay hechos especialmente traumáticos que pueden cimbrar a toda una comunidad, pero hay otros que, aunque brutales, se mueven en un subtexto social, como si vivieran en catacumbas y solo salieran de noche, sin que las buenas conciencias toquen el tema en sus conversaciones.

Los delitos, por otra parte, son violaciones de personas a las leyes penales, y pueden o no contribuir a la inseguridad, pueden o no ser violentos. Piensen ustedes en un fraude corporativo, en los delitos de cuello blanco en general, o en la evasión fiscal (que es traumática para el Estado, pero no para el entorno del evasor). Esos tampoco son fáciles de medir, porque por un lado la cifra negra en México es altísima (es decir, los delitos que ni siquiera se denuncian) y por otro lado hay ciertos delitos que inherentemente se prestan a la denuncia total (el robo de automóviles, para que sí pague el seguro) y otros que se prestan a lo contrario (la extorsión y el secuestro, donde ante la denuncia se pierde la vida). Algunos, pues estarán siempre subreportados y se debe partir de estimaciones más que de número de denuncias en las fiscalías.

La violencia, por último, es un mecanismo social de dominación fehaciente. No es ni una percepción ni una categoría jurídica, aunque esté relacionado con todo ello. Hay distintos tipos de violencia (cada vez más) pero es ante todo un hecho social, que se constata por su concreción; donde hay violencia, una vez que se expone, es irrefutable y definitiva, no es un asunto de hacer cuentas ni de interpretar nada. Y esta independencia conceptual no es un prurito académico, sino un recordatorio de que, aunque las 3 cosas sean reprobables, no por el hecho de acabar con una se acaba con la otra (una comunidad realmente dominada por un grupo criminal, puede ser muy pacífica, pero es una paz por terror, no por armonía). Además, pacificar un país y disminuir la delincuencia no van de la mano, pues como dijimos, se trata para ello de combatir los delitos violentos, y hay otros que inherentemente no son; en fin, no es sencillo.

A cuento viene todo porque acaba de salir la Encuesta Nacional de Seguridad Urbana del Inegi, como siempre muy útil, y ciertos puntos llaman a la reflexión: por ejemplo, que que el porcentaje de la población que mencionó haber visto o escuchado conductas delictivas o antisociales en los alrededores de su vivienda se relacionó con: consumo de alcohol en las calles (59.3 %), robos o asaltos (50.4 %), vandalismo en las viviendas o negocios (41.1 %), venta o consumo de drogas (37.8 %), disparos frecuentes con armas (37.2 %), bandas violentas o pandillerismo (24.1 %), Y además, que 33.4 % de la población de 18 años y más tuvo algún conflicto o enfrentamiento, de manera directa, con familiares, vecinos, compañeros de trabajo o escuela, establecimientos o con autoridades de gobierno. De estos, el 70% de los conflictos fueron con vecinos.

Parece, entonces, que cuantitativamente la violencia tiene contextos y causas distintos que la delincuencia organizada, si bien cualitativamente esta es la que más inseguridad provoca en la mente de las personas. La mayor parte de la inseguridad, es producto de delitos de alto impacto y altamente estructurados, pero la mayor parte de la violencia es social. Somos nosotros peleándonos, a veces con consecuencias fatales, con nuestros propios vecinos.