La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) representa uno de los pocos espacios multilaterales en América Latina y el Caribe donde convergen los 33 países del continente sin la participación de Estados Unidos ni Canadá. Desde su creación en 2010, ha tenido como meta forjar una agenda compartida centrada en el desarrollo económico, la integración regional, los derechos humanos y la sostenibilidad. Sin embargo, su historia ha oscilado entre el entusiasmo inicial y la parálisis institucional. La IX Cumbre de la CELAC, celebrada el 9 de abril de 2025 en Tegucigalpa, Honduras, dejó señales de un posible giro de timón.
Sheinbaum: firmeza en el fondo, moderación en la forma
Una de las participaciones más destacadas fue la de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, quien utilizó su intervención para posicionarse no solo como jefa de Estado, sino como una lideresa regional dispuesta a impulsar una agenda con contenido concreto. Su propuesta de convocar a una “Cumbre por el Bienestar Económico Regional” no fue solo una frase de coyuntura: expuso tres medidas estructurales para reactivar la integración latinoamericana desde una perspectiva autosuficiente y cooperativa.
Sheinbaum propuso impulsar cadenas productivas regionales, crear un fondo común de emergencia económica, y ampliar el comercio intrarregional. El objetivo: reducir la dependencia externa especialmente hacia Estados Unidos y China y construir capacidades regionales en sectores estratégicos. Estas medidas, lejos de ser ideas vagas, responden a una lectura crítica de la vulnerabilidad económica de América Latina en un escenario global cada vez más fragmentado.
Pero quizá lo más significativo fue su tono político. Sheinbaum se mostró firme en sus principios, pero cuidadosa en su retórica: evitó un lenguaje abiertamente confrontativo con Estados Unidos, pero no rehuyó el señalamiento indirecto al oponerse públicamente al cierre comercial que afecta la relación entre Estados Unidos y Venezuela. “Estamos en contra de los bloqueos económicos que dañan a las poblaciones y afectan la estabilidad regional”, afirmó. Aunque no mencionó explícitamente a Washington, era claro a quién se dirigía el mensaje.
¿Un giro diplomático con consecuencias?
Este posicionamiento tiene implicaciones importantes. Por un lado, marca distancia frente a la política exterior estadounidense, particularmente la que impulsa sanciones como herramienta de presión geopolítica. Por otro, la coloca en una línea de continuidad con la política exterior de López Obrador, pero con un matiz más estratégico: Sheinbaum no se limitó al discurso soberanista, sino que lo enmarcó dentro de una propuesta estructural de integración regional, buscando alianzas y legitimidad a nivel continental.
En términos diplomáticos, este gesto puede leerse como una señal de autonomía relativa: México reafirma su rol como potencia media con capacidad de interlocución con todos los actores, incluidos aquellos sancionados por occidente. Es un movimiento delicado, pero con cálculo político. Al defender públicamente a Venezuela sin alinearse directamente con su gobierno, Sheinbaum busca mantener el equilibrio entre su compromiso con los principios de no intervención y su responsabilidad como parte de una economía fuertemente integrada a EE.UU.
El impacto político inmediato probablemente será limitado, pero simbólicamente relevante. En Estados Unidos, especialmente entre los sectores más conservadores y proteccionistas, este tipo de declaraciones podrían ser utilizadas para cuestionar la confiabilidad de México como socio estratégico. Sin embargo, para América Latina, representa un gesto de liderazgo regional que podría fortalecer la legitimidad de México como un actor capaz de articular posiciones comunes frente a los desafíos del orden global.



Un “bienestar” regional con raíces propias
El uso del término “bienestar” no es casual ni novedoso. Forma parte de una tradición discursiva latinoamericana que va desde los enfoques estructuralistas de la CEPAL hasta los recientes programas de transferencias sociales. Sin embargo, Sheinbaum propone algo más ambicioso: resignificar el bienestar como un objetivo colectivo regional, con una base productiva propia y menos dependiente del capital transnacional.
La cumbre también fue un escaparate de discursos contundentes. Gustavo Petro, al asumir la presidencia pro tempore, citó el final de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez como advertencia: si América Latina no aprende de sus errores, será condenada a repetirlos hasta desaparecer. Propuestas como la agencia regional de medicamentos, una mayor conexión con África y Asia, y la defensa de los recursos naturales frente al extractivismo fueron parte del nuevo relato regional.
No obstante, la integración regional ha sido históricamente más retórica que estructural. Para que esta vez sea diferente, se requerirá voluntad política, institucionalidad funcional y capacidad técnica para implementar los acuerdos. En este escenario, Sheinbaum aparece como una figura con potencial para articular alianzas y empujar iniciativas, pero el margen de maniobra dependerá de su habilidad para equilibrar sus compromisos hemisféricos con las prioridades internas.
En mi opinión la participación de Claudia Sheinbaum en la CELAC 2025 muestra una estrategia diplomática de mediano plazo: reafirmar a México como un referente de integración regional sin romper con Estados Unidos, pero tampoco subordinándose. Su crítica implícita a las sanciones contra Venezuela podría incomodar a Washington, pero también puede ser interpretada como un mensaje en favor del multilateralismo y la estabilidad regional.
En una región marcada por la fragmentación y las crisis cíclicas, su propuesta de bienestar económico regional no es solo una idea atractiva: es una invitación a repensar el desarrollo desde la cooperación. La CELAC aún está a tiempo de aprender lo esencial: “Unámonos y seremos invencibles”, escribió Bolívar en la Carta de Jamaica por aquellos ayeres del siglo XIX pero retumba con fuerza en 2025.