En una reciente conferencia de prensa en su residencia privada ubicada en Mar a Lago, Florida, el presidente Donald Trump se comprometió a continuar la construcción del muro fronterizo con México señalando que se incrementarán los costos del mismo; pues, en esta ocasión, además de acero se utilizará hormigón.

Cualquier nación en el marco del respeto a la autodeterminación de los pueblos tiene derecho a garantizar la seguridad de sus fronteras como cualquier individuo privado tiene derecho a garantizar la seguridad de su casa. Sin embargo, la muy ruidosa prensa mexicana ha hecho del muro una suerte de bestia negra sin explicar bien a bien por qué les molesta tanto que el líder de una nación extranjera opte por alguna medida para hacer que su pueblo se sienta seguro. Más aún cuando la inseguridad fronteriza ha afectado y afecta la relación en todos los ámbitos de México y Estados Unidos.

La prensa mexicana y una parte de la prensa liberal norteamericana, sin entrar al fondo de las ventajas o desventajas de la referida muralla, tratan de hacer que este elemento para la seguridad de ambas naciones sea un símbolo de desprecio, racismo o remembranza de otros muros como el de Berlín, con la enorme y profunda diferencia que aquél, como el de una prisión, fue construido para impedir que los alemanes hartos del socialismo impuesto por la URSS pudieran llegar a su propia nación para practicar la libertad.

El muro de Trump es como una indispensable valla que todo buen propietario y todo buen jefe de familia construiría alrededor de su casa si esta se encontrara en una zona peligrosa y hubiera todo tipo de personajes que pretendieran venderle a sus hijos drogas o introducir gente para efectos no controlados ni deseados por la familia.

Miles y miles de críticas se han escrito contra el muro como si este no fuera garante para la seguridad de ambos lados de la frontera. Como si el crimen organizado no controlara a sus rehenes esclavizados para traspasarlos por territorio mexicano y luego a través del río para, en Estados Unidos vender droga, sus propios órganos o peor aún, prostituir a los infantes.

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Después de nueve años de posiciones mordaces y excesivas de la comentocracia y prensa mexicana que han convertido al muro en un estigma del trumpismo, ante el avasallante triunfo del republicano, valdría la pena creo, entender que el muro es la primera línea de defensa de los Estados Unidos que permite a México des escalar la pésima imagen que hemos venido labrando frente a todos los actores y ciudadanos de aquel país. México empieza a percibirse como un enemigo irredento del pueblo estadounidense porque es por nuestro territorio y descuidadas fronteras, por donde pasa el fentanilo, se trafican personas y se compromete la seguridad del americano medio.

Si fuera de otro modo (como en parte lo es), y México fuera sujeto de un flujo permanente de droga, órganos y personas que, contra todo marco legal atentaran contra los valores medios de la sociedad, cualquier salida que permitiera disuasión y control de aquel flujo, seguramente sería bien recibida por los mexicanos.

El discurso liberal que los demócratas impulsaron en el que la migración se convirtió en una saga romántica, hace mucho quedó destruido por los contundentes datos que dibujan una escalofriante realidad de drogas, narcos, órganos y, en sentido contrario, armas y efectivo que perpetúan e incrementan el narco control y destruyen la seguridad del ciudadano medio de ambos países.

Trump ganó y el muro vuelve al debate; importante sería que, limpio de cargas creadas por los intereses de la prensa, se hicieran valoraciones sanas de las ventajas de esta pared y comenzáramos a entender que los problemas que se producen a través de ella, de cualquier forma, afectan a México. Paradójicamente, en buena medida el muro sería nuestro gran aliado.