Insistiré en mi hipótesis previamente planteada, en el sentido de que algunos calificativos sobre las políticas públicas educativas utilizados por grupos conservadores del pasado (entre 1940 y 1955) son reciclados, hoy, por la derecha.
Como lo he señalado en un texto anterior (Educación ayer y hoy: ¿Conservadurismo reciclado?), algunas líneas discursivas de ciertas oposiciones políticas y de la élite económica y mediática, hoy, descalifican o etiquetan las políticas públicas educativas de la “4T” en general y los contenidos de los libros de texto gratuitos (SEP), en particular, sin llevar a cabo un estudio previo serio, profundo.
Reitero una pregunta de investigación que propuse en un texto previo (ver columna citada): ¿Cuáles son las líneas discursivas, representativas o no, que se reciclan entre el pasado y el presente en segmentos tanto de las políticas públicas educativas oficiales como por parte de las oposiciones? A esa pregunta agrego otra más específica: ¿El ciclo discursivo de las políticas públicas educativas neoliberales (o neocapitalistas) en realidad se inició con Ávila Camacho?
Cabe recordar que Manuel Ávila Camacho (Teziutlán, 1897) fue el último general del ejército constitucionalista que se sentó en la silla presidencial. A partir de 1946, año en que terminó su responsabilidad política, los presidentes posrevolucionarios han sido civiles.
En un contexto marcado por la segunda guerra mundial, el gobierno de Ávila Camacho (1940-1946) abanderó las premisas de paz, democracia, igualdad, justicia y nacionalismo, según Lazarín Miranda (2014). Comparado con los contenidos de las políticas educativas del gobierno de Lázaro Cárdenas, a Ávila Camacho se le considera un presidente moderado. La opción de candidatura oficial radical (con tendencia hacia la izquierda) estuvo representada por el General Francisco J. Mújica, pero no fue el elegido.
Según lo registran varios motores de información en redes sociales digitales, Ávila Camacho fue apodado como el «presidente caballero» durante su presidencia, debido a que se comprometió a asegurar la libertad de culto en el país. Aparte, en su administración -como ya lo señalé- se completó la transición del liderazgo militar al civil, terminó con el anticlericalismo de confrontación (con la idea de la “reconciliación”) y revirtió el impulso de la educación socialista.
El énfasis de las políticas educativas de Ávila Camacho se dio sobre la base de conceptos genéricos como “libertad” y “democracia”, pero no puso de relieve el valor comunitario de la educación pública, sino que colocó en el centro de su discurso político la reconciliación política con sectores conservadores de la sociedad, sobre todo con el clero y los poderes económicos nacionales e internacionales.
Octavio Véjar Vázquez incluso, que fue secretario de educación pública de Ávila Camacho durante un periodo corto, ofreció la idea de la “escuela del amor” como contrapartida al concepto de lucha de clases promovida durante la realización del proyecto de educación socialista del sexenio anterior, de Lázaro Cárdenas.
El discurso político de la derecha de hoy, al descalificar a los libros de texto gratuitos como “ideologizantes” o “cargados de ideología”, recicla en realidad conceptos o nociones de los conservadores de ayer que se opusieron al proyecto de educación socialista, puesto que su lenguaje retoma líneas discursivas propias de las oposiciones políticas del pasado tal como sucede con estas descalificaciones.
En el texto: “México, la UNESCO y el Proyecto de Educación Fundamental para América Latina, 1945-1951″, de Federico Lazarín Miranda (2014), el autor afirma lo siguiente: “La escuela de Véjar Vázquez enseñó “a los mexicanos a amarse los unos a los otros a pesar de sus diferencias de credo, partido o clase”. En este sentido, tiene razón Ramón Eduardo Ruiz al afirmar que la educación se transformó en un problema moral que dio prioridad a la instrucción del individuo sobre la educación de la comunidad. Esto era en clara alusión a la educación socialista del sexenio anterior que enfatizó la necesidad de la instrucción para la comunidad.” El gobierno de Ávila Camacho “reencauzó la educación pública hacia pautas liberales e impulsó una reforma del Artículo 3º constitucional (1945) con lo cual se cerró el ciclo histórico de la educación socialista” (p. 91).
Así mismo, Lazarín Miranda agrega lo siguiente: “Desde 1942 se reformaron los planes y programas educativos. Los proyectos presentados planteaban eliminar la coeducación (escuelas mixtas a las que iban niños y niñas, que causaban gran controversia en la sociedad mexicana), revisar el artículo 3º de la Constitución para eliminar el mote de socialista y la unificación de los programas de educación urbana y rural en uno sólo para “unir al pueblo (campo) con la ciudad” (p. 92)
Por lo anterior, encuentro puntos de conexión o vínculos entre los discursos políticos, es decir, entre los conceptos o nociones utilizados en ambos contextos socio históricos, tanto de algunos gobiernos como de las oposiciones políticas, ya que integran elementos similares en sus cuerpos discursivos -progresistas o conservadores- del pasado y del presente.
Me parece que el inicio de las reivindicaciones neoliberales o neocapitalistas en los discursos de las políticas públicas educativas de los gobiernos postrevolucionarios, no se dieron durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, como algunos analistas lo han planteado, sino que en realidad comienza durante el sexenio de Manuel Ávila Camacho (1940-1946).
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