REFUTACIONES POLÍTICAS

En la estructura hegeliana, el esclavo era una figura en tránsito: su trabajo, dolor y conciencia anticipaban la posibilidad de una superación de su condición. Era, en cierto sentido, un sujeto en formación. En la actualidad, sin embargo, el trabajador ha perdido ese horizonte de transformación. El capitalismo contemporáneo, articulado en clave neoliberal, ha operado una sofisticada mutación en el régimen de dominación: ya no se impone desde fuera, sino que actúa desde dentro del sujeto.

El trabajador moderno ya no es un explotado en el sentido clásico, sino un actor que se concibe a sí mismo como libre, autónomo, emprendedor. Trabaja más, gana menos, se responsabiliza de su fracaso y naturaliza su precariedad. La figura del ‘freelancer’, del ‘emprendedor digital’, del ‘colaborador sin derechos laborales’, encarna esta nueva subjetividad que ya no se rebela, sino que compite. No se articula en colectivo, sino que se autopromociona. El esclavo ya no lucha por la libertad: la ha confundido con la autogestión sin conflicto.

Esta transformación subjetiva ha sido analizada desde distintas perspectivas críticas. Para Karl Marx, el núcleo de la alienación reside en el hecho de que el trabajador, al crear valor, no se realiza, sino que se enajena: su producto le es arrebatado, su esencia le es negada. El fetichismo de la mercancía oculta esta operación: los objetos parecen tener valor por sí mismos, invisibilizando el trabajo humano que los produce. En el mundo actual, este fetichismo ha alcanzado a la propia identidad del trabajador: ya no se ve como fuerza de trabajo alienada, sino como marca personal en el mercado.

Nietzsche, por su parte, anticipó la domesticación del sujeto moderno a través de la moral de los esclavos: una lógica de resentimiento que convierte la impotencia en virtud. La figura del esclavo que internaliza su derrota y glorifica su obediencia se manifiesta hoy en el trabajador precarizado que celebra su resiliencia, su multitarea y su autoexplotación.

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Byung-Chul Han ha conceptualizado esta figura bajo el modelo del sujeto de rendimiento. En su análisis, ya no vivimos en una sociedad disciplinaria, sino en una sociedad de rendimiento, donde el sujeto se explota a sí mismo bajo la ilusión de libertad. El poder ya no reprime: seduce. No impone límites: exige más. No prohíbe: estimula. Y en ese exceso de positividad se agota el deseo, se desactiva la crítica y se cancela la posibilidad de emancipación.

El efecto más profundo de esta mutación no es sólo la precarización material, sino la parálisis de la conciencia. La dialéctica, motor del devenir humano, ha quedado suspendida. Sin conflicto no hay superación, sin antagonismo no hay historia. El esclavo contemporáneo no se rebela porque no se sabe esclavo. Ha olvidado que su lugar en el mundo no es natural. La falsa conciencia neoliberal ha sido tan efectiva que ha cancelado incluso la pregunta por la libertad.

Francis Fukuyama, al proclamar el ‘fin de la historia’, no describía un logro, sino un estancamiento. Un mundo sin conflicto, sin deseo de transformación, sin horizonte de emancipación, no es un mundo libre: es una clausura sin tragedia. La historia, en este sentido, no ha culminado: ha sido anestesiada.

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