La revelación de un centro clandestino de adiestramiento en Teuchitlán, Jalisco, con supuestas ejecuciones y cremaciones de personas por el crimen organizado, ha desatado una ola de interpretaciones en los medios de comunicación y las redes sociales. El caso ha sido equiparado con los campos de concentración nazis, un paralelismo que, aunque busca transmitir la gravedad de los hechos, resulta una comparación históricamente inconsistente y políticamente peligrosa.

Las imágenes de pilas de zapatos en el rancho Izaguirre evocan las fotografías capturadas por los aliados tras la liberación de Auschwitz y otros campos de exterminio en Europa. Sin embargo, el contexto y la intención detrás de cada suceso son distintos. La maquinaria de exterminio nazi operaba bajo un Estado totalitario que instrumentalizó toda su estructura burocrática, industrial y militar para la aniquilación sistemática de poblaciones enteras. En cambio, lo sucedido en Teuchitlán se inserta en la lógica de la violencia criminal derivada de la crisis de seguridad en México.

El uso del nazismo como metáfora universal del mal radical ha sido un recurso frecuente en el discurso político y mediático. No obstante, las desapariciones en México responden a dinámicas distintas. La violencia desatada por el crimen organizado opera bajo reglas de economía, en la que los cuerpos se convierten en objetos de transacción, amenaza o sometimiento. Esta lógica difiere de la ideología racial que impulsó la ‘Solución Final’ en la Europa del siglo XX.

El peligro de trazar estas analogías radica en la distorsión de la realidad y en la dilución de responsabilidades. Si el horror de Teuchitlán se compara de manera acrítica con el Holocausto, se corre el riesgo de descontextualizar el problema y desviar la atención de las causas estructurales que permiten la proliferación de estas formas de violencia.

El punto central de la discusión debe ubicarse en la participación o la omisión del Estado. En los genocidios del siglo XX, los Estados asumieron un papel central en la planeación y ejecución de los crímenes. En México, la relación entre el crimen organizado y el aparato estatal es ambigua y fragmentada. La violencia en el país se perpetúa en parte por la connivencia de autoridades locales con grupos criminales, pero también por la ausencia de una estrategia eficaz para erradicar la impunidad y garantizar justicia a las víctimas.

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La desaparición de personas en México no puede explicarse mediante una sola categoría. Es un fenómeno complejo que involucra actores estatales y no estatales, economías criminales y prácticas de terror que buscan ejercer dominio sobre territorios y poblaciones. Equiparar estos crímenes con el Holocausto omite la responsabilidad específica del Estado mexicano y trivializa la singularidad del genocidio nazi.

Es necesario evitar las falacias históricas y centrarse en el análisis riguroso de los hechos. La comparación apresurada entre Teuchitlán y los campos de exterminio nazis no contribuye a la comprensión del problema ni a la búsqueda de justicia. Lo urgente es exigir a las autoridades una investigación exhaustiva sobre los crímenes cometidos, esclarecer el papel de los actores involucrados y garantizar que las víctimas sean reconocidas y reparadas.

La indignación social ante la barbarie es válida y necesaria, pero debe canalizarse con rigor analítico y responsabilidad histórica. De lo contrario, se corre el riesgo de oscurecer las causas reales de la violencia y perpetuar la impunidad que sigue asolando a México.

Punto cero

En el marco del Día Mundial del Agua, la maestra Fernanda Rionda Díaz, quien preside la Sociedad de Arquitectos Paisajistas de México (Sapmx) detalló a este reportero que, en el país, estamos en un punto crítico en el que las decisiones que se tomen en materia de urbanismo y diseño de espacios verdes determinarán la capacidad de nuestras ciudades para enfrentar los efectos del cambio climático.

La buena noticia es que existen soluciones viables: la adopción de especies nativas, la implementación de sistemas de captación pluvial y la creación de espacios permeables son estrategias que ya están demostrando su efectividad en diversos proyectos.

Rionda Díaz añadió que se debe ver el paisaje urbano “como un sistema resiliente, en el que cada jardín, camellón o parque no solo embellece el entorno, sino que también contribuye a la conservación del agua y la biodiversidad. Esto no es solo una cuestión de estética, sino de supervivencia. Apostar por la arquitectura de paisaje sustentable es apostar por el futuro de nuestras ciudades y la calidad de vida de quienes las habitamos”.