“Cuando la sociedad está amenazda por.la guerra;la dictadura o la centralización del poder pueden ser un remedio para que aquellos que atentan contra las instituciones, la libertad o la paz.”
Benito Juarez
Según lo dejó escrito Benito Juárez en una breve nota en el libro que leía el día de su muerte, ante la debilidad o riesgo extremo hay que concentrar energías y poder. El problema es definir en qué medida. Los países mas o menos dependientes, periféricos, suelen enfrentar ese problema con cierta frecuencia.
La historia de México, un país ubicado en la periferia o en la semiperiferia de los centros imperiales o hegemónicos internacionales, muestra varias estampas de la aplicación de aquella máxima, dada la fragmentación o dispersión política prevaleciente, incluidas las indeseables consecuencias si la centralización e lleva al extremo.
Primera estampa
Antes de la Independencia de México, la Corona española, en manos de la familia de los Borbones, decidió a finales del siglo XVIII reforzar y centralizar las políticas comerciales, tributarias, de administración y gobierno de sus posesiones, como la Nueva España, con lo que aumentó sus ingresos pero sembró la semilla de la discordia y la lucha por la soberanía nacional, consumada entre 1821 y 1824.
Segunda estampa
La apuesta por un modelo federalista, casi confederal, plasmado en la Constitución de 1824, el cual redujo al extremo el poder a las autoridades centrales, avivó el impulso centralista expresado en la Constitución de 1836 que fue atenuado en las Bases Orgánicas de 1843 y luego revertido en el Acta de Reformas de 1847.
Muy tarde, ello resultó inútil para impedir que se concretara el desastre de la pérdida de más de la mitad del territorio del país.
Ese hecho, para algunos estudiosos, en el largo plazo definió el siglo XX de México y su nuevo centro hegemónico, los Estados Unidos.
Tercera estampa
Una nueva redistribución del poder nacional, pactada en la Constitución de 1857, tuvo que ser manejada por Benito Juárez en una situación de excepción para sortear la guerra civil o Guerra de los Tres Años y luego la Intervención francesa durante la década aciaga que corrió de 1858 a 1867.
Tiempo después, la excesiva centralización del poder operada por Porfirio Diaz y la progresiva rigidez asfixiante del régimen (1876-1910) derivó en la Revolución iniciada en 1910.
Cuarta estampa
La reestructuración de competencias, grabadas en la Constitución de 1917, no pudo corregir en los hechos la fragmentación que provocó la caida del porfiriato, si no hasta que se fundó el Partido Nacional Revolucionario en 1929 y se le dió mas poder al.Presidente a lo largo de las dos décadas siguientes, lo cual fue coronado con la fundación del Partido Revolucionario Institucional en 1945.
De nueva cuenta, los flujos y reflujos, mas de impulsos centralizadores que de federalismo o descentralización real, encontraron una etapa de dispersión del poder a lo largo de la transición democrática y las alternancias de 1990 en adelante, hasta 2018. Esto en el entendido de que ya en el periodo 2012-2018 comenzaron a concentrarse algunas funcionas a la vista del notorio “feuderalismo” que empoderó a gobernadores y otros actores frente al poder presidencial.
Quinta estampa
A partir de 2018, nos encontramos ante un nuevo ciclo centralizador dirigido a recoger las competencias conferidas a poderes e instituciones que con más o.menos tino ejercieron sus potestades.
Estas, a la vez, han sido objeto de la penetración de intereses que aprovechan el sistema de derechos, garantías y controles formales constitucionales para lograr, con frialdad quirúrgica, sus propios objetivos a costa del interés público o la seguridad nacional.
El contraste es inevitable. ¿Por qué los países centrales, hegemónicos, industrializados o con estados de derecho maduros no recambian sus superestructuras después de cada elección o de cada ciclo económico?
La respuesta: los recambios estructurales son propios de países periféricos o semiperiféricos débiles o dependientes.
A estos no les conviene, bajo ciertas condiciones, la descentralización extrema o la centralización excesiva. Los dos escenarios resultan contraproducentes.
La reflexión juarista es válida y aplicable. Su abuso, no, ya que genera su respectiva contradicción, igualmente radical.