Dos tipos de Estado de derecho se enfrentan en los planos teórico y jurídico en el escenario actual en varios países de América Latina.
De un lado, se identifica al estado constitucional.
Este tiene sus orígenes en el modelo liberal individualista (entonces vanguardista frente al estado absolutista corporativo) del siglo 19, cuyas insuficiencias motivaron su naufragio que fuera luego aprovechado por los populismos y fascismos de la primera mitad del siglo 20.
Ese modelo propone que el estado y la Constitución son garantías de los derechos individuales y sociales y de la democracia como forma de vida y viceversa, por lo que resultan sinérgicos
Sus cinco pilares fuertes son los derechos fundamentales, la división de poderes, el imperio del Derecho (principios, reglas y directrices), el pluralismo político y mediatico, y la justicia constitucional.
Por el contrario, algunos de sus factores débiles son su difícil implantación en contextos con estructuras sociales desiguales, su excesiva dependencia del poder judicial, la tesis de la protección de las minorías frente a las mayorías o el sesgo individualista que en contextos históricos desiguales agrava la brecha social.
Del otro lado, reaparece el Estado popular.
Se le identifica en la historia antigua o moderna como una reacción frente a las formas de gobierno oligárquicas, de élite o gerenciales excluyentes de las mayorías.
Suele irrumpir en la escena de manera agresiva para romper las estructuras vigentes y viciadas que en buena medida se han convertido en parte del problema a resolver e impiden el indispensable equilibrio entre libertades, igualdad y justicia.
Sus fortalezas se concentran en la legitimidad popular, la hiper-politización ciudadana, su empeño en la justicia social, la comunicación directa con las masas y la unidad en el liderazgo político.
En contra, suele sobre-concentrar el poder de las instituciones del estado constitucional en favor del líder o del poder ejecutivo, debilita la división de poderes y la independencia judicial, y tensa al máximo la democracia pluralista.
De acuerdo con las enseñanzas de la historia, ningún modelo constitucional es puro o íntegro, sino que más bien reflejan una combinación de elementos que los lleva a oscilar entre el modelo constitucional o el modelo popular o populista.
Además, esos dos modelos de estado, lo mismo que cualquier otro, son expresiones de las relaciones sociopolíticas, económicas y culturales relevantes propias del contexto específico.
El arte del estadista consiste, precisamente, en el manejo idóneo, oportuno y eficaz de los respectivos ingredientes de esas relaciones y sus instituciones y políticas para conseguir propósitos colectivos y legitimar su propio poder.