En su expresión más concreta, la República se entiende como una forma de gobierno opuesta a la monarquía, tal y como lo detonó dramáticamente la Revolución Francesa con la capitulación y ejecución de quienes representaban ese régimen, para así instaurar uno nuevo, claramente antagónico con aquél, y en el cual la soberanía popular se estableció como el fundamento del Estado y del gobierno.
Pero en un sentido más amplio y propiamente latino, la República tiene una dimensión más generosa, pues supone un gobierno de leyes, el equilibrio entre los poderes, la virtud cívica de ciudadanos y gobernantes y el amor a la patria. Así, asoma en ella una visión que, a más de régimen político, incluye una cultura cívica y de moderación del ejercicio del poder para propiciar la más amplia realización de los ciudadanos.
Conforme a esta última perspectiva, tiene lugar la exaltación de la República en nuestro país; de forma especial se recuerda y admira la etapa de la República restaurada con Juárez y Lerdo de Tejada, que abarcó el lapso comprendido de 1867 a 1876. En ese contexto, se valora en lo más alto la pulsión republicana que imprimió Juárez, al grado de asumir que, con él, México vivió su segunda independencia.
Pero el régimen republicano que emanó de la Constitución de 1857 y de la mística del hombre de Guelatao, fue objeto de grandes polémicas; de entrada, la que se deriva de quien fue el primer presidente electo bajo la vigencia de ese nuevo ordenamiento, Ignacio Comonfort, con su controvertida declaración de que con esa Constitución no se podía gobernar y de su contradictoria decisión de infligirse un golpe de Estado.
El sentido y la pertinencia del régimen político que instaurara esa norma suprema, en la perspectiva de su motivación de conjurar la posibilidad de otra dictadura como la de Antonio López de Santa Anna, explica su claro acento para enfatizar el poder legislativo sobre el poder ejecutivo, al grado que se podía polemizar si con la Constitución de 1857 se ponía en pie un régimen presidencial o uno de carácter parlamentario.
Pero el hecho es que, con esa Constitución se gobernó bien durante el periodo de la República restaurada; muy a pesar de lo que después señalarían algunos críticos que insistieron en su insuficiencia para propiciar un adecuado desempeño del gobierno. Un examen más sereno de esa Carta Magna lo hizo Daniel Cossío Villegas cuando se cumplieron 100 años de ese ordenamiento, en 1957; su análisis reivindica el sentido y valor del republicanismo y, al mismo tiempo, contraviene la idea de que era necesario instaurar un ejecutivo fuerte, conforme lo diseñó la Constitución de 1917, para resolver los problemas de desempeño del gobierno; por el contrario, resalta la tendencia de acotar y limitar al poder ejecutivo, y se aleja de sumar su voz a la fama de ingobernabilidad que tuvo la del 57 y de hacer de ello justificación rasa para la dictadura porfirista.
A contrapelo, pondera Cossío Villegas el papel del Congreso e incluso su decisión libre y razonada de ceder ciertas facultades al ejecutivo, al tiempo de admirar el respeto que hubo del ejecutivo hacia el poder judicial, de la independencia de éste, frente a los otros poderes, y con relación a la iglesia y al ejército; acredita, pues, una suma de ejercicio de libertades que dieron aliento a una etapa floreciente. Una cita al texto de Cossío lo ilustra:
“(…) Abandonada así misma la libertad se marchita y acaba por morir como la planta que no recibe lluvia y sol: por eso puede decirse que la gran obra del Constituyente de 56 no fue la Constitución de 57, sino la atmósfera propicia a la libertad y al hombre libre que él creó.
De ahí que fueran independientes los magistrados de aquellas cortes. Si Ignacio Ramírez e Ignacio Altamirano dijeron y escribieron los horrores que dijeron y escribieron contra el presidente Juárez; si Vicente Riva Palacio y Justo Sierra dijeron y escribieron los horrores que escribieron y dijeron contra el presidente Lerdo, era porque decirlo y escribirlo no representaba para ellos un deber o una obligación, es decir, un sacrificio, sino porque sintiendo y pensando diferente de Juárez y de Lerdo, expresar su inconformidad era para ellos una función o un ejercicio tan natural como caminar y respirar. (…) Juárez y Lerdo, como gobernantes, sentían la libertad igual que sus adversarios; sabían que la libertad de sus enemigos era la condición de su propia libertad, y que la del país dependía de la libertad de todos. En fin, para esos dos presidentes y para sus enemigos políticos, la libertad era un mérito, algo que distinguía a los hombres y no que los hundía en el olvido o los hacía presa de la persecución.”
Daniel Cossío Villegas
Puede decirse que, en buena medida, ahí se condensa el espíritu republicano tantas veces encomiado y que, incluso, el actual gobierno dice honrar. Pero los hechos no se compadecen de ello, pues contrario a los valores y principios que ahí se vertieron, en la actualidad los jueces son vilipendiados y descalificados por el gobierno; los críticos son aludidos y denostados, al tiempo que son increpados a la luz de información reservada y que los pone en riesgo.
El papel que juegan los símbolos y ceremonias en el republicanismo son sustento de lo que puede llamarse religión cívica. Pero las festividades destinadas a lucir nuestra vida patria y republicana, con la costumbre de invitar a ellas a los representantes de los otros poderes, ha sido suspendida. Las llamadas fiestas patrias resultaron secuestradas por el gobierno para devenir en actos presididos por una cofradía partidista. Se excluye a los poderes del Estado y, así, se cancela el sentido republicano que su participación representa.
La República ha sido fracturada por el gobierno. Se rinde culto a Juárez, pero se olvidan sus enseñanzas y ejemplo; se proclama a la República, pero se le descalifica con la persecución, hostilidad e intimidación de críticos, opositores y adversarios. Se le degrada hasta reducirla a espacio exclusivo de los afines.
Así, la República habita en un reducto cada vez más confinado, sólo dispuesto para los prosélitos del gobierno; extermina entonces la dimensión abierta y de confluencia indiscriminada de tendencias y opiniones que la caracterizó. Si el republicanismo considera un ejercicio de libertades fuera del dominio arbitrario de un grupo o de una persona, su problema viene de un poder con pulsión arbitraria cuyo origen es el propio gobierno, y quien parece consentir a otro de los poderes arbitrarios, que es la delincuencia organizada. Nuestro republicanismo está fracturado.