La irrupción de Xóchitl Gálvez en el escenario político nacional es un fenómeno que ha sorprendido a todo el mundo por el crecimiento vertiginoso que en menos de tres meses la llevó a la candidatura presidencial, y porque genera reacciones que exhiben lo impreparado que están tanto en el oficialismo, como en la oposición, frente a lo que se perfila como una nueva realidad nacional.
Del lado de la 4T, la reacción ha sido en dos vías. Por un lado, de preocupación, al grado que el propio Andrés Manuel López Obrador una vez que leyó las encuestas que le empezaron a advertir sobre el riesgo que estaba incubándose, salió a dispararle una metralla de negativos a la senadora hidalguense con el uso sin reparos de la más letal de las armas mediáticas y políticas de todos los tiempos: el poder.
Los ataques desde Palacio Nacional fueron planeados desde la visión del estratega de guerra que ante la mínima posibilidad de que el ejército enemigo, al que consideraba “moralmente derrotado”, comience a reorganizarse, tiene la prioridad de mantener en alto el ánimo de sus soldados para lanzarlos a la ofensiva final del 2024.
Todo lo que López Obrador dijo en sus conferencias mañaneras y en sus giras por los estados, no era para que los ciudadanos que no sabían quién era Xóchitl Gálvez la conocieran por “sus malas obras”, sino para que el voto duro de Morena se enterara de primera mano, que los conservadores, neoliberales y aspiracionistas, van a tratar de volver al poder para “arrebatarle al pueblo” los “avances” logrados en este sexenio.
El problema es que los mensajes presidenciales tienen tanta presencia, que, si bien arraigaron entre sus leales la información compartida desde el gobierno federal contra Gálvez, también propiciaron que una amplia franja de ciudadanos identificara la preocupación presidencial con el mexicanísimo “si le duele, es por ahí”. Las consecuencias de que haya sido el propio López Obrador y no Morena o las corcholatas, o los medios afines, los que encabezaran la operación “Paren a Xóchitl”, están a la vista.
La segunda reacción, es la que impulsan quienes rodean al mandatario y tienen margen de maniobra y operación en el gobierno. Son los Luis Videgaray de hoy, los Otto Granados de Carlos Salinas: “no pasa nada, es una botarga, no llenan las plazas, se va a desinflar”. Si bien ellos replicaron los ataques presidenciales, fueron los primeros que se dieron cuenta que en realidad se estaba ayudando a la oposición entre gente que pensaba que todo estaba escrito ya a favor de Morena en 2024, y por eso, este domingo 3 de septiembre, para la entrega de la constancia a la coordinadora del Frente Amplio por México (FAM) optaron por el vacío. Parece que así van a seguir de aquí en adelante, minimizando el fenómeno Xóchitl en sus zonas de influencia política y mediática.
Por el lado de la oposición, las reacciones también son dignas de análisis. Estuve en Villahermosa este domingo y me acerqué a los festejos por el nombramiento de la ex comisionada de los Pueblos Indígenas como virtual candidata presidencial. Digo festejos, en plural, porque mientras el Frente Cívico Nacional, la vertiente ciudadana que empujó con la mayor decisión el triunfo de Xóchitl, organizó una caravana festiva por las principales avenidas, los partidos ni siquiera consultaron a los ciudadanos que trabajaron en el proceso y determinaron hacer un “festejo” a orilla de la Laguna de las Ilusiones, sobre la banqueta del famoso Paseo Tabasco.
En la caravana de casi un centenar de vehículos, tuve oportunidad de platicar con la diputada federal Lorena Beaurregard de los Santos, a quien considero una de las mujeres políticas del sureste mejor preparadas y con ese olfato natural que se le da a los tabasqueños para identificar la realidad que los rodea y para actuar en consecuencia. Tiene lógica: si no conocen bien el pantano, el pantano se los traga. Así han sobrevivido mis cuasipaisanos desde siempre.
Pues bien, Beaurregard me dice que el problema es complejo, que los partidos de oposición dieron una gran muestra de apertura, pero ahora creen que ese gesto ya fue suficiente. Y no es así.
“Lo que se ha logrado no es menor. Ni más ni menos, le quitamos a la partidocracia la decisión, ciudadanizamos la candidatura presidencial, pero el fenómeno Xóchitl Gálvez va más allá, es más profundo. Tiene que ver con el cambio político y con una nueva forma de hacer política de la mano de la gente, que ahora sabe que otra vez hay esperanza”, me dice.
Beaurregard cree que lo que sigue es empezar a trabajar en el gobierno de coalición con los mejores perfiles, gente de la sociedad, expertos capaces de construir los mejores programas para sacar al país adelante. Pero que es lamentable que los partidos se estén preparando para el reparto de candidaturas, como si su “cuota ciudadana” encarnada en Xóchitl fuera todo lo que tienen que aportar en momentos donde ellos mismos están en riesgo ante un proyecto autoritario que quiere imponerse otro sexenio.
Políticamente creo como Lorena, que a los partidos le toca seguir haciéndose a un lado. No sólo en la candidatura presidencial; no sólo en el gobierno de coalición, sino incluso, en la integración de las cámaras y en las candidaturas de gobernador. Ahora, hasta organizando movilizaciones estorban, como se vio en Tabasco y en el Ángel de la Independencia.
Twitter: @mayraveracruz