No es nada nuevo lo que pasa en Coahuila: desde que el método de la encuesta funge la función de mecanismo decisivo para nombrar candidatos a puestos de elección popular hay desencuentros y divisiones profundas en medio de un clima de incertidumbre porque -la encuesta- deja siempre insatisfechos a los participantes. Por ejemplo, se han presentado casos donde la metodología no cuadra con la ponderación previa de un sinfín de estudios que califican el pulso ciudadano.

Podría decirse que eso pasa en Coahuila desde que se eligió al representante o abanderado de Morena en aquella entidad del norte. Hay, en este momento, una pugna interna que se agudizará sí no ponen atención al proceso. De hecho, algunos cuadros al interior del partido o, mejor dicho, personajes afines a Ricardo Mejía no aceptan la postulación de Armando Guadiana como candidato a la gubernatura de aquel territorio.

Sería un error, de entrada, seguir dando pie a la división interna porque Morena corre el riesgo de caer en degradación en aquel territorio. Es decir, sí no hay unidad y diálogo para cicatrizar las heridas que provocó una encuesta -que siempre hemos justificado que es un método obsoleto y manipulable- el partido puede dejar escapar la oportunidad de arrebatar uno de los bastiones más importantes del PRI.

Guadiana tiene méritos para ser candidato. Sin embargo, la encuesta sigue siendo un método que, por más que quieran legitimar, es oscuro e incierto en la designación. Es difícil encontrar casos de verdadera justicia donde la voluntad de las mayorías se materialice en el resultado final. Por ejemplo, en 2021, hubo claras imposiciones en estados como Chihuahua con Juan Carlos Loera; lo mismo que en Michoacán con Raúl Morón.

En cambio, Zacatecas decidió bien con David Monreal, lo mismo que Sonora con Alfonso Durazo; ni que decir de Nayarit y Baja California donde también se cumplió la lógica de las tendencias. Desde ese punto de vista considero que eso pasó en Coahuila, al menos me guio por la encuesta en el Financiero en que Guadiana sacó más positivos que Ricardo Mejía. En este sentido, existe una dosis de justicia que responde a la voluntad de las mayorías en aquella entidad.

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Sin embargo, entiendo la postura de Ricardo Mejía, pero no comparto las formas de algunos cuadros afines de desconocer al candidato de Morena. Lo más apropiado es, en este momento, cerrar filas con el abanderado del lopezobradorismo sí Morena quiere coronarse como vencedor y hacer historia en Coahuila.

Por ello, la crisis interna que se vive en Coahuila es un síntoma que puede agravar la patología por el motivo de la candidatura. De hecho, con el pretexto de que hay anomalías conforme a los estatutos algunos liderazgos de la dirección del CEE -en aquella entidad- piden que se repita la encuesta. Esto está en manos de Mario Delgado, pero sería un error repetir la metodología porque eso serviría para recrudecer más la situación.

La única forma de resolver tanta suspicacia y agravantes que propicia el método de la encuesta de Morena es modificando los estatutos. La encuesta es, desde que funge como instrumento de toma de decisiones, un recurso que se presta a todo tipo de manipulaciones porque el control queda en manos de la Comisión Nacional de Encuestas que seguramente recibe muchas presiones lo cual acota la voluntad democrática del pueblo.

Por ello, la confección de la encuesta nació totalmente amorfa. Una prueba de ello es lo que pasa en Coahuila. Aun así, creo que Armando Guadiana puede ganar la elección. De hecho, algunas metodologías dan una interpretación cerrada. Eso significa, llegado el proceso de arranque de las campañas, que ganará aquel aspirante que sepa capitalizar mejor las estrategias de comunicación y el trato con la sociedad con base a las propuestas. Sin embargo, lo que más puede llegar afectar es, sin duda, el que no exista unidad; entonces sí, eso puede abrir la puerta para profundizar las pugnas que hoy en día constituyen una amenaza para el partido en aquel territorio.

La mayor parte de esas situaciones las está propiciando una encuesta que, por más que busquen legitimarla, sigue siendo un mecanismo que propicia pugna y división pues cada vez reafirma ser, desde todos los ángulos, un instrumento que se presta fácilmente a la manipulación basada en las evidencias y testimonios de tantas injusticias cometidas sintiéndose cada vez más presentes porque no ha sido suficiente para enraizar los pilares de la democracia que emana de la voluntad de las mayorías.