Desde hace unos días, se desató una serie de señalamientos en contra del secretario de educación pública federal, Mario Delgado Carrillo. Se le imputa haber roto un programa de la Nueva Escuela Mexicana; programa que pretendía acentuar los cuidados a la salud de los estudiantes mexicanos y sacar de las escuelas a la comida chatarra.

El caso es que al secretario se le señala de haberse reunido con la organización que agrupa a los productores de comida chatarra, ConMexico (Consejo Mexicano de la Industria de Productos de Consumo). ¿Cuál fue el fin de la susodicha reunión? Si de momento descartamos las sospechas de muchos de los que han fincado señalamientos y nos quedamos con el propio dicho del secretario, diríamos que se reunió para aceptar el ofrecimiento de las chatarreras para proporcionar a las escuelas algunos insumos como básculas, material para activación física y estudios científicos sobre cómo atacar la obesidad desde las escuelas.

No obstante, también es verdad que de inmediato nos asalta la duda ante el aparente bondadoso acto de las chatarreras. Es bien sabido que estas empresas no son hermanitas de la caridad y, se hace evidente que, en esa reunión, seguramente algo turbio pidieron a cambio de sus básculas y demás insumos chatarra.

Los señalamientos en contra del secretario de educación, como aquellos vertidos por el Dr. Hugo López Gatel, subsecretario de salud en el gobierno de Andrés Manuel, han sido demoledores. Sin rodeos, el Dr., habla de estar seguro de que en la acción del secretario de educación estuvo de por medio la corrupción a cambio de sacrificar la salud de los estudiantes de la nación. Es decir, abrir una rendija de las escuelas a las chatarreras.

¿Pero qué es la comida chatarra? Según la Agencia de Normas Alimentarias del Reino Unido, comida chatarra es todo aquello que tiene en exceso grasa, azúcar y sal. Pero entonces ¿qué tan graves son para la salud, de niños y adultos, los daños de la chatarra?

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Según organizaciones como El Poder del Consumidor y la Red de la Defensa de los derechos de la infancia, en México, en seis de cada diez escuelas se vende chatarra (nota publicada por revista Proceso No. 2076, agosto 15 del 2016).

O, según datos de un reporte del Instituto Nacional de Salud Pública (2020), aparece que la mayoría de las muertes por COVID-19, en ese entonces, estaban sucediendo porque los, primero enfermos y después difuntos, tenían diabetes, hipertensión u obesidad, algunos desde su temprana edad cuyo origen estaba en el consumo sistemático de la chatarra.

Otro dato. Un estudio del Poder del Consumidor, año 2017, se encontró que en la mayoría de las escuelas de México había productos no permitidos, como pastelillos, frituras, dulces, bebidas azucaradas y refrescos.

Más todavía. En México es exagerado el consumo de pastelillos –con 19 kilogramos por persona anuales–. Pero, a cambio, también se tienen 8 millones 600 mil diabéticos por sobrepeso u obesidad, de acuerdo con el estudio “Kilos de más, kilos de menos: los costos de la obesidad en México”, elaborado por el Instituto Mexicano para la Competitividad, 27 de enero del 2015 (IMCO). La diabetes, plantea esa investigación, es la segunda causa de muerte entre los mexicanos, por lo que tan solo en 2013 cobró la vida de 89 mil 492 personas.

Michael Moos, periodista norteamericano ganador del premio Pulitzer en 2010, realizó una serie de investigaciones publicadas posteriormente en su libro, Adictos a la Comida Basura. En estas investigaciones demostró que los alimentos que contienen un alto nivel de azúcar, de grasas y de sal, tienen un efecto similar al de la cocaína (El universal, 26 de febrero de 2008).

Para Moss, existe un punto llamado “de Felicidad” en el cerebro de las personas, que tiene que ver con los niveles de azúcar, sal y grasa. Según Moss, para los fabricantes de chatarra esos niveles son el centro de su estrategia. De ahí que, según este investigador, existe un vínculo muy estrecho entre el consumo de chatarra y la sensación de bienestar en el cerebro del individuo.

La organización Alianza por la Salud Alimentaria (ASA), en agosto del 2016, lanzó su campaña “No dañes tu corazón”. En esta información se afirma que en México se consumen 163 litros de refresco por persona al año, con esto México ocupa el primer lugar en consumo de refrescos a nivel mundial, mientras que en los Estados Unidos, segundo lugar mundial, el promedio es de 118 litros de refresco por persona al año (también consultar revista Proceso No. 2076). La ASA ha venido sosteniendo que el excesivo consumo de refrescos, así como su altísimo contenido de azúcares en ellos, aumenta la obesidad, el riesgo de diabetes, que a la vez desemboca en enfermedades cardiovasculares.

Según la Federación Mexicana de la Diabetes, casi el 11 % de la población padece este mal en nuestro país -cifra más alta a la de otros estudios- (es decir, más de 11 millones de mexicanos son diabéticos). Aunque, según esta federación, puede darse el caso de que este índice sea mucho más alto, pues en el país existe mucha gente que no sabe que padece esta enfermedad o no se han registrado

En el 2014, el Seguro Social reportó haber realizado 14 mil amputaciones por complicaciones diabéticas y haber estado destinando 42 mil millones de pesos anuales para la atención de padecimientos originados por el sobrepeso.

“En los municipios indígenas de Chiapas, cada familia tiene al menos uno o dos integrantes con diabetes, producto de la ingesta de bebidas azucaradas procesadas, entre estas la Coca-Cola. Tan grave es el asunto que a los bebés ya no se les brinda la lactancia materna porque esta fue “desplazada” por el consumo indiscriminado de jugos y refrescos embotellados”.

Esta aseveración es resultado de una pesquisa de dos años que efectuó Marcos Arana, director del Centro de Capacitación de Ecología y Salud para Campesinos en Chiapas, y un equipo de expertos, durante la cual 2 mil 360 mujeres indígenas fueron encuestadas sobre el tipo de alimentación que recibían sus hijos. Chiapas ocupa el primer lugar a nivel nacional en el consumo de Coca Cola.

La organización “El Poder del Consumidor” apoyó la elaboración del documental (Cacto producciones, 2018) “Dulce agonía”. En él se presentan los estragos que está causando el consumo de refresco en las comunidades indígenas de Chiapas. En estas comunidades, desde hace varios años, alguna mano perversa introdujo el consumo de la Coca Cola en sus rituales ancestrales, y ahora las amputaciones de miembros, así como la ceguera, están diezmando a sus poblaciones. El Dr. Marcos Arana, del Observatorio del Derecho a la Salud de Chiapas, en el mismo documental, señala que en Chiapas más de 25 mil escuelas no tienen agua potable; con este dato se insinúa que la falta de agua es sustituida por refrescos que se venden al interior de las escuelas. La senadora María Marcela Torres Peimbert, en este mismo documental, asegura que a nivel nacional el 50 % de las secundarias del país no tienen agua potable o que, en el caso de las primarias, solo el 40% tienen agua potable. Además, la misma senadora asegura que cada año se gastan 60 mil millones de pesos en atender los problemas generados por la obesidad.

Ante este panorama desolador, provocado por la ingesta de chatarra, se hace evidente que el acuerdo realizado por el secretario de educación federal y las chatarreras (acuerdo que nuestra presidenta, con gran acierto, declara que no se firmó) de nada servirá para detener esta pandemia. Es como darle un mejoral a un enfermo de cáncer y hacerle creer que con eso y brincar 3 minutos diarios, obtendrá su alivio.

El retiro de la chatarra de todas las escuelas de la nación era un buen paso, aunque no suficiente por lo grave del problema. Pero si ahora a ese paso, en caso de prevalecer lo acordado por Mario Delgado, se le agregan otros dos pasos hacia atrás, como producto de la corrupción que provoca el dinero, todo se irá a la basura. La única alternativa que queda es que los docentes y los padres de familia, generando conciencia, se organicen para cuidar la salud de los estudiantes y le cierren verdaderamente la puerta de las escuelas a las chatarreras, a pesar de lo que digan quienes dirigen a la SEP.

Algunas sesiones de activación física dentro de las escuelas no reducirán el problema de la obesidad. Esta fue una vieja idea del neoliberalismo para hacer creer que se combate la obesidad pero que, desde entonces, demostró su ineficacia. La alternativa no es brincar unos minutos sino generar conciencia del cuidado a la salud y voluntariamente no consumir la basura. Se corre el riesgo ahora de que, las básculas y las sesiones, hasta incrementen el problema pues se les hará creer a los estudiantes que podrán comer chatarra a lo bárbaro sin arriesgar su salud pues tendrán a la mano la magia de la activación física. Es probable que la basura seguirá estando ofertada en los estantes escolares y creerán los niños que los efectos de este veneno los podrán contrarrestar checando su peso en básculas chatarra y, luego, se podrán desintoxicar saltando unos minutos dentro de las escuelas.

Mtro. Juan Durán Martínez, docente de escuela pública, Puebla, Puebla.

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