La elección presidencial en los Estados Unidos es en realidad la elección entre malo y peor. Más allá de la polarización entre republicanos y demócratas, divididos prácticamente a mitades, existe también un alto porcentaje de abstencionistas para quienes no vale la pena la simulación democrática de ir a votar por una o un personaje que en cuanto a políticas públicas harán prácticamente lo mismo.
Más allá de un par de políticas identitarias que cada vez se reducen más, no hay diferencia en la manera en que se conducirán Trump y Kamala Harris en un eventual gobierno: ambos están a favor de la guerra, ambos apoyarán al proyecto colonizador de Israel, ambos continuarán con la escalada retórica contra China y Rusia, por poner unos cuantos ejemplos.
Ambos candidatos también continuarán con la destrucción de la cada vez más vetusta infraestructura estadounidense, que lleva casi medio siglo estancada, optando por enviar recursos a diversos puntos en donde existen conflictos bélicos indirectos, como lo son Ucrania e Israel.
Mientras tanto, con dos terroríficos huracanes devastando grandes zonas del este estadounidense, el gobierno brilla por su ausencia, argumentando que no cuenta con suficientes recursos, pero ese pretexto no se utiliza jamás para cerrar la llave del dinero a verdaderos criminales de guerra como Netanyahu y Zelenskyy.
Peor aún para las esperanzas de Harris -quién es pésima en las entrevistas, cómo pudo verse en una reciente con el programa 60 minutos-, su decisión de mantener el apoyo total al proyecto colonial de Israel y el genocidio en Gaza, además del ataque al Líbano, afectarán severamente a los demócratas.
¿Por qué? Por que estados de los denominados “bisagra” en los Estados Unidos, al no ser su sistema una democracia directa (o una democracia, a secas), tienen en el caso de Michigan y Wisconsin, grandes poblaciones de migrantes de origen palestino y libanés, lo cual podría inclinar la balanza ante el impresentable Trump.
Cómo decía un columnista chafa no hace mucho “hal tienpo”.