“No culpes a la noche,

No culpes a la playa,

No culpes a la lluvia…

Será que no me amas.”

Luis Miguel

LuisMi tenía razón: siempre hay alguien buscando a quién echarle la culpa.

Esta vez no fue una pareja despechada, sino el secretario de Hacienda, Edgar Amador, quien decidió culpar a la lluvia del frenón económico del país. Cito textualmente: “… se debió a la incertidumbre comercial, disrupciones asociadas a lluvias y bloqueos.”

¿Lluvias? Como no sea a las que se circunscriben a las de las últimas semanas, particularmente en Veracruz, Puebla e Hidalgo, tal vez se refiera a la lluvia de malas noticias: la reforma judicial, los cambios a la Ley de Amparo, el huachicol fiscal, la “barredora” de funcionarios, la desconfianza de Washington, o la lluvia incesante de corrupción familiar.

¿Bloqueos? De nuevo. Fuera de los de los últimos dos días, quizá se refiera a los de las aduanas, donde las mordidas son más constantes que las precipitaciones; los de las carreteras controladas por criminales; o el bloqueo mental de quienes creen que un presupuesto se administra con estampitas de “Bienestar”.

Y por si faltara humedad, ahí está la incertidumbre jurídica, el acoso del SAT y la impunidad que cobija a personajes como Adán Augusto o Cuauhtémoc Blanco. Súmese la extorsión de piso disfrazada de “derecho” y las miles de desapariciones ignoradas.

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¡Esa sí es una tormenta perfecta!

Pero Amador no se refería a eso.

Dijo “lluvias” y “bloqueos” y, de paso, insinuó “menor actividad en sectores expuestos a las nuevas políticas comerciales”. Vaya manera de escurrir el bulto.

Porque lo cierto es que la economía mexicana no necesita nubarrones para estancarse: basta con la política económica del propio gobierno, los aranceles erráticos y la falta de infraestructura.

Y claro, en su conferencia, el funcionario olvidó mencionar el terrorismo fiscal: auditorías intimidatorias, multas de hasta 300% y revisiones que funcionan como recaudación por miedo. La receta infalible para que los empresarios cierren, se vayan o simplemente dejen de pagar.

El presupuesto se evapora en programas clientelares, la inversión pública en infraestructura ronda mínimos históricos y la privada prefiere ponerse a salvo bajo techo.

Resultado: el PIB nacional cayó 0.29% en el tercer trimestre, según el INEGI. Antes había crecido apenas 0.27% y 0.64% en los dos primeros trimestres.

La economía se mueve al ritmo de una balada lenta.

Comparado con el mismo periodo del año pasado, la caída es de 0.30%, la primera contracción interanual en 17 trimestres.

Pero no, la culpa no es de Tláloc. El frenón responde a debilidad industrial, manufacturas en picada y un entorno global menos dinámico. O sea, causas de política pública… no meteorológicas.

Amador insistió en que la lluvia y los bloqueos “afectaron transporte y alojamiento”.

Pero luego reconoció que los sectores primario y de servicios crecieron, y que la contracción está “concentrada en la actividad industrial”. ¿Entonces? ¿Las gotas disolvieron el acero, o la tormenta oxidó las fábricas?

Ni Luis Miguel se atrevería a una letra tan contradictoria.

La verdad es que la economía mexicana tiene goteras por todos lados: políticas improvisadas, gasto desbocado, inseguridad, corrupción.

Diría “el sol de México”: no culpes a la lluvia… será que no me amas (la inversión, el crecimiento, el empleo).

Giro de la Perinola

Esta semana hubo paros en Audi (Puebla) y Honda (Celaya) por bloqueos carreteros. Cierto.

Pero esos conflictos son de octubre y no explica lo que ocurrió en esas plantas de julio a septiembre.

Otra vez el gobierno aplica su método favorito: usar el presente para justificar el pasado.

Y como siempre, termina desafinando… con la economía en modo playback.