En los años recientes, Andrés Manuel López Obrador ha empleado reiteradamente el término conservador para desacreditar a sus detractores y opositores. Sin embargo, que el tabasqueño use esa etiqueta para describir a sus adversarios no lo convierte ni a él, ni a su corriente política, en progresistas.

De hecho, lo que se ha observado durante este sexenio es una clara demostración de lo opuesto: AMLO es un líder contrario al liberalismo. Durante su presidencia se le mostró a la ciudadanía como un mandatario prohibicionista, con inclinaciones religiosas, militarista, populista y, además, falaz. Lo más alarmante es que su feligresía, en lugar de rechazar estas tendencias, las adopta y celebra con entusiasmo.

El lopezobradorismo ha abrazado el autoritarismo de manera decidida. Aplauden la eliminación de los contrapesos, el desprestigio y desmantelamiento del poder judicial, y celebran la centralización del poder en una figura única. Para ellos, la crítica es una enemiga que debe ser desacreditada, insultada y, cuando es posible, perseguida. No promueven la diversidad de pensamiento, sino que ridiculizan a quienes disienten, que hoy constituyen una minoría. No dialogan, sino que descalifican y desacreditan. El régimen oficial lanza insultos sin ofrecer argumentos, hostigando a los disidentes y adversarios.

Y aunque los lopezobradoristas tienen el derecho a expresar sus opiniones, esto no transforma a quienes no están de acuerdo en conservadores. Lo que se ha vuelto evidente es que el régimen actual muestra inclinaciones hacia un proto fascismo que debería preocuparnos a todos.

López Obrador ha sido el titular del ejecutivo federal que más ha idealizado el pasado en un contexto donde el progreso y la innovación deberían guiar las decisiones gubernamentales. Entre sus grandes proyectos destacan una refinería y un tren, emblemas de épocas pasadas, en un mundo que intenta migrar hacia energías renovables y sistemas de transporte avanzados.

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Además, está su tendencia a militarizar prácticamente todas las áreas del país y su empeño en imponer una moralidad basada en un texto de Alfonso Reyes, un escritor del siglo anterior, como si esas ideas fueran aún pertinentes en pleno siglo XXI. Sin mencionar su célebre escapulario, al que recurrió como protección contra el COVID.

Toda su administración refleja una desconexión con los principios verdaderamente liberales, progresistas o revolucionarios. AMLO, en realidad, es un conservador reaccionario que intenta presentarse como lo contrario. Se autodenomina el defensor del cambio, pero en verdad es lo opuesto a lo que debería ser un líder transformador. López Obrador no es un liberal; es alguien atrapado en su propio engaño.

X: @HECavazosA