Dicen que el movimiento obrero mexicano es, a la vez, un dinosaurio inmóvil y un sueño que nunca termina de despertarse. En esta Cuarta Transformación, el espejismo es más nítido: mientras el discurso presidencial repite que primero los pobres, miles de trabajadores del propio Estado han sido despedidos sin miramientos. Ahí están los 180 cesados de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, que durante semanas permanecieron literalmente encerrados fuera de su centro de trabajo, reclamando una liquidación que aún no llega. No son los únicos. En oficinas públicas de la Ciudad de México los recortes se cuentan por centenas. El gobierno que prometió dignidad en el empleo inicia el sexenio con tijera en mano.

Frente a esa crudeza, la narrativa obrera de la 4T ha preferido el gesto simbólico. En días recientes, algunos lo encontraron en el festejo de cumpleaños del líder de Catem. Otros, en la cercanía de esa central con el poder presidencial. Es legítimo. Catem ha crecido, es real, y hoy engrosa las filas del oficialismo. Su proyecto ha ofrecido, con claridad, restaurar una forma de vinculación sindical con el Estado que recuerda al corporativismo electoral de tiempos pasados. Cada quien sabrá si eso le parece deseable o no.

Pero una lectura justa del momento exige reconocer que no todos los liderazgos sindicales son lo mismo. Y que hay diferencias profundas entre quienes encabezan proyectos con historia, estructura y resistencia interna, y quienes representan propuestas más recientes y aún en formación.

La CTM, con todo y sus contradicciones, es todavía el bastión obrero más importante del país. Ahí están sus dos millones de afiliados. Ahí también una agenda que se ha venido empujando desde 2023 con decálogo en mano: empleo formal, paridad sindical, T-MEC con voz obrera, negociación colectiva fortalecida, y sobre todo, responsabilidad frente a la industria que se transforma.

La sucesión en la CTM no es un trámite menor. Carlos Aceves se retira tras décadas de servicio y la disyuntiva no es nostálgica: es real. ¿Quién tiene hoy los méritos, la legitimidad y el temple para sostener la casa en pie, modernizarla y evitar que el sindicalismo mexicano quede reducido a pieza decorativa del régimen en turno?

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Tereso Medina ha dado señales claras. En Coahuila ha profesionalizado la negociación colectiva, impulsado la certificación de competencias laborales ante organismos públicos, y defendido el modelo de bienestar vinculado a productividad. Su liderazgo no parte del aplauso fácil ni del ritual mediático. Es un liderazgo de estructuras vivas, con base, con historia, con disciplina interna.

La CTM no puede quedar vacía ni caer en manos decorativas. Necesita conducción. Necesita saber leer los tiempos, plantarse con dignidad ante un gobierno que despide trabajadores sin liquidación, y hablar de tú a tú con las nuevas industrias que se instalan por el nearshoring.

No se trata de idealizar a nadie. Ni de reciclar eslóganes. Se trata de no cometer el error de poner en la misma bolsa a quienes hacen del sindicalismo un proyecto de poder vertical, y a quienes, con sus defectos, han logrado sostener una red nacional de defensa laboral aún vigente.

Hay quienes prefieren el simbolismo del evento. Yo prefiero el tablero de la negociación colectiva. Porque mientras el Estado presuma justicia laboral, pero despida sin pagar lo que debe, el sindicalismo no puede ser comparsa. Tiene que ser contrapeso. Tiene que ser voz. Tiene que ser camino.

Y para eso, hoy, Tereso Medina merece el beneficio de la duda.

Lo demás es espejismo.