Todos conocemos el síndrome de Estocolmo, ese fenómeno de atracción que siente un rehén por su secuestrador, llegando incluso a identificarse e incluso justificar que lo hayan secuestrado. Pues este fenómeno nos permite explicar lo que pasa mucha gente con el tema del trabajo y la explotación de la que ellos mismos son objeto en su condición de asalariado, que depende cien por ciento de la quincena que recibe, que el mundo se le caería encima con los pagos y las deudas sin ese ingreso, siendo capaces de quedarse a trabajar horas extras sin remuneración, llegar más temprano si se los piden, aguantar abusos sin quejarse, acoso, con tal de no perder el trabajo; se quedan callados si les bajan prestaciones o el sueldo, porque más vale aguantar eso que quedarse sin trabajo.
No son dueños de su tiempo, de su tranquilidad, viven estresados en un trabajo que les consume, pero lo justifican y adoran como a un mito, a un tótem, tiene puesta la camiseta. Si alguien les propone exigir por sus derechos, pelear por que las condiciones de trabajo se cumplan cabalmente como señala la ley laboral, se molestan, se indignan, pues no es posible que se cuestione al patrón, violando el honor y el pacto secreto que sienten tener con la empresa, como si no fuera realmente tan fácil despedirles y reemplazarlos por alguien igual o más adoctrinado.
Se han comprado los argumentos de que el patrón es quien arriesga su dinero y ellos deben estar eternamente agradecidos por la oportunidad de trabajar, sin reconocer la verdadera importancia que tienen dentro de una fuente de trabajo, pues en el mundo de hoy, con toda la tecnología que hemos desarrollado como humanidad, no existe empresa, oficina o negocio que pueda funcionar sin la mano de obra de todos los que las echan a andar, incluso la más tecnificada necesita de un humano que suba el switch. La relación que prevalece es de mutua necesidad, por lo que debe ser respetada en esa misma forma, simplemente cumpliendo todas y cada una condiciones legales para ser prestada, lo cual incluye un salario digno, así de simple.
Entre los que encontramos formando parte de esta especie de trabajadores que sufren este síndrome de Estocolmo laboral está el personal que ejerce dirección y administración dentro de la empresa, llegando incluso hasta puestos del CEO más alto, pues ellos muchas veces no tienen una sola acción o inversión en la compañía, no participan de la ganancia, lo más que reciben son bonos o compensaciones, pero jamás son parte de la plusvalía final que se genera, solo la generan, la vigilan y la ven pasar.
Eso sí, pelean su posición, se sienten adueñados de ella, hasta que la realidad los sienta de golpe cuando son despedidos o termina su ciclo laboral. He conocido gerentes feroces de recursos humanos, unos verdaderos gandallas con los obreros, que al paso de los años terminan solos caminando tristes con su portafolio por las calles, siendo lo que siempre fueron, unos simples humanos necesitados de trabajo.
Todo este rollo enorme sirve para dejar muy claro la forma en que opera la condición social de adoctrinamiento, de estar atrapados en un síndrome de Estocolmo laboral que nos hace reaccionar o razonar de determinada manera cuando se nos presentan temas que tienen incluso repercusión directa sobre nuestras vidas, pero estamos metidos en una escafandra nebulosa que no permite ver más allá del vapor que nos cubre los ojos.
De qué otra forma te explicas que en el debate en redes sociales, en los chats de WhatsApp, haya gente que esté defendiendo al actual sistema de pensiones que venimos sufriendo desde la reforma de Zedillo de 1995.
Solo un dato es suficiente para conocer el devastador efecto que ha tenido para la clase trabajadora, pues se acaba de jubilar el primer grupo de trabajadores con esta reforma y resulta que el 50% por ciento no alcanzó pensión, sí, la mitad de la población trabajadora cuando ya no tenga edad para laborar no va a tener ningún ingreso asegurado para subsistir. No se diga de nuestros jóvenes que están actualmente laborando, ellos están condenados a no tener pensión.
Pero hay gente que se apropia del discurso mediático para alegar que no haya un cambio, balbuceando que la economía no puede con las modificaciones, que el país no podrá con esa carga social. Como si pensar en el futuro de la clase trabajadora fuera una afrenta mortal, como si no deberíamos exigir que la economía se enfoque justamente en estos temas sociales, las pensiones de todos, que antes de cualquier otra cosa se vea por el ingreso digno, porque en esta sociedad sin ingreso estás condenado a la indigencia. En última instancia exijamos que el presupuesto tenga esta visión social, que se asegure el pago de las pensiones, así como la salud, para que no haya excusa de gastar en otras cosas.
Cómo es posible que personas asalariadas, de cualquier nivel, que serán beneficiadas con esta reforma, se envuelvan en la bandera y defiendan que no haya un cambio, solo lo puede uno explicar por el síndrome de Estocolmo.
De los medios y los voceros que alegan cualquier tipo de catástrofe ante estos cambios, se puede entender muy fácil, atrás se encuentra el poderoso interés de los bancos, que han administrado el jugoso negocio de las Afores, enriqueciéndose a costilla del salario de los trabajadores, así que ellos mandan y dictan las líneas.
Nos van a llamar irresponsables, nos van a decir que no sabemos el riesgo en que ponemos al país al pedir un cambio a las pensiones, pero les vamos a contestar que somos eso y más, que nos tienen sin cuidado sus macro fantasmas con los que nos espantan, pues si no logramos dignidad para la pensión de los trabajadores de México no tiene sentido el país que nos proponen.
X: @riclandero | Vladimir Ricardo Landero Aramburu. Maestro en derecho por la UNAM