Tanto se ha dicho y escrito sobre el riesgo de sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados que tendemos a perdernos en cuanto a la naturaleza del problema. En ocasiones pareciera que se trata de un asunto de mera aplicación de preceptos claramente establecidos en la Constitución y sobre los cuales no debería caber polémica alguna, y que de existir tendría que ser rápidamente solventada.

Pero por fortuna o infortunio el asunto no es tan sencillo, pues en los términos del artículo 54 de la Constitución, se propende a entender que la fracción primera relativa a que los partidos sólo podrán obtener registro de sus listas plurinominales si acreditan que participan con diputados en cuando menos 200 distritos de mayoría relativa, se satisface al considerar los registros que hicieron los partidos y las coaliciones de las que formaron parte; de no ser así, a excepción de MC los demás partidos estarían en el riesgo de incumplir tal requisito.

Lo anterior quiere decir que partidos y coaliciones de los que forman parte constituyen una unidad; de no ser así, la mayor parte de los partidos no tendría derecho a diputados plurinominales, en cuyo caso la cámara baja no podría completar su conformación de 500 integrantes. Conforme a ese criterio corresponde asumir que la fracción V en donde se establece que ningún partido podrá alcanzar un porcentaje que exceda en 8 puntos a su votación nacional emitida, corresponde su aplicación conforme al mismo criterio de integralidad que vincula a los partidos y a las coaliciones que conformaron. Estos puntos de vista ya han sido argüidos con anterioridad por distintos autores y articulistas.

Es evidente que en ese sentido será improcedente que Morena y sus aliados, que alcanzaron el 54% de los votos, obtengan más del 62% de representación de la Cámara de Diputados: pero el tema no es sólo de cómo se integra ese órgano del poder legislativo, pues más allá de ello se relaciona con el equilibrio entre los poderes ejecutivo y legislativo; por tanto, toca elementos sustanciales del régimen republicano y democrático y, por contraparte, linda con los riegos que llevan a un sistema autoritario.

Al respecto vale recordar al ilustre Giovani Sartori en la celebración de los 100 años de su natalicio que se cumplen este 2024. Él mencionaba que las democracias mueren por demasiados equilibrios, mientras que las dictaduras lo hacen por demasiados desequilibrios; decía que una democracia cae cuando los gobernantes no cuentan con fuerza para gobernar, en tanto una dictadura lo hace cuando no hay superpoderes que basten.

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En el marco de esa óptica, la representación del partido en el gobierno y de sus coaligados en la Cámara de Diputados puede proyectarse como constructora de equilibrios democráticos o de desequilibrios propios del autoritarismo. Ahí es donde la sobrerrepresentación cobra una relevancia incuestionable, en tanto se ubica en el protagonismo fundamental de la dinámica de los equilibrios entre los poderes, como aspectos que diferencian a los regímenes políticos democráticos de los autoritarios, y de la aproximación que se puede producir entre uno y otro ante la fractura de dichos contrapesos.

Entonces la sobrerrepresentación implica el riesgo de una fractura para el funcionamiento del régimen democrático y republicano, y que de esa crisis emane una propensión autoritaria. El autor italiano, que este año cumpliría un siglo de vida, nos advertía de cuando no hay superpoderes que basten y, ciertamente, el nuevo gobierno gozará de superpoderes a través de su capacidad para conquistar el triunfo en la presidencia de la república y de una mayoría política en el Congreso, tanto en la Cámara de Diputados como en la de senadores, situación que nadie discute y que es asumida como parte de la nueva realidad política del país, guste o no.

Pero ir de esa situación a otra en la cual se llegue a un exceso en la sobrerrepresentación del partido en el gobierno y de sus aliados en la Cámara de Diputados, a través de una interpretación más que controvertida para hacerlo, implica poner en riesgo el futuro de nuestro régimen democrático. Eventualmente conllevará a poner, de forma artificiosa, en las manos de una coalición gobernante un poder basto para decidir por sí mismo y detonar reformas constitucionales fundadas en visiones carentes de los consensos necesarios; junto con ello la amenaza de romper contrapesos, gobernar sin equilibrios y anular a la oposición.

Sartori ya lo decía, la amenaza de demasiados equilibrios para la democracia y del exceso de desequilibrios para los regímenes autoritarios. En este caso y por la vía de una sobrerrepresentación desenfrenada en la Cámara de Diputados vivimos la segunda de esas amenazas.

Es necesario evitar una sobrerrepresentación sin contrapesos y fundante de un ejercicio del poder con tamiz autoritario; está en juego nuestro régimen democrático y republicano, y lo peor que esa posibilidad no se corresponde con la voluntad del electorado, sino con la eventual interpretación que hagan las autoridades electorales de las disposiciones que norman los espacios de representación proporcional en la Cámara de Diputados.